domingo, 26 de agosto de 2012

Desde el velador

DESDE EL VELADOR


.....Desde el velador, la copa de coñac a mano y el cigarrillo entre los dedos, contemplo la marea líquida que, más allá del ventanal, ennegrece los edificios y los zambulle en una atmósfera cenicienta preñada de agua. Ráfagas de lluvia inmisericorde y cascarrinada. Los transeúntes parecen haber huido a hibernar de forma precipitada y la existencia urbana se ha ralentizado. Bajo la rácana iluminación del local me he sentado frente a la vidriera y me dispongo a esperar que escampe. ¿Algo mejor que sacar mi libro y disfrutar? Una novela seductora de principio a fin; la compré en edición de bolsillo, viaja en mi cartera y aprovecho la mínima ocasión para retomarla.

.....El paraguas en el paragüero junto a la puerta, la gabardina en la percha, mi pelo húmedo alisado a mano. Me siento cómodo en un vetusto café de barrio, con un camarero taciturno que, al acomodarme, se acercó a preguntar qué iba a ser; pues será un expreso con un poco de coñac…, pero no, mire, mejor un coñac doble bautizado con café… muy cargado y caliente… ¿entiende?; y el camarero que por supuesto, enseguida se lo preparo, y que vaya tarde, señor; y yo que desde luego, qué tarde de perros y qué diluvio, como para quedarse en casa…

.....A mitad de camino estalló un aguacero rotundo y ruidoso. A estas horas del atardecer una tormenta deja desierta la ciudad y las calles repelen por inhóspitas y destempladas. Convenía ponerse bajo techo y aguardar.

.....Ah, sí, la novela. Veamos. Un empresario soltero y setentón, una madura secretaria personal que lleva toda la vida colgada de él, amante en tiempos y luego eterna confidente, porque según el jefe «el amor es eterno mientras dura», y que lo mismo le consigue flores para sus conquistas que coronas para sus difuntos o apartamentos para sus citas o píldoras para la próstata o Viagra. Y otro personaje, un ahijado del empresario, que con sólo ocho años es el ojito derecho de su padrino.

.....Leo que hoy la secretaria trabaja en la oficina hasta muy tarde. A última hora entra un correo electrónico. Es del banco, comunica formalmente que, como consecuencia de la larga caída de ventas que hace inviables los créditos, se ha convocado concurso de acreedores contra la empresa. ¡La quiebra! Algo barruntaba ella, pero ahora ya es una certeza. Y el jefe… ¿Cómo y cuándo decírselo? Desde la ventana lo ha visto alejarse paseando por la acera calle abajo.

.....La mujer, angustiada, mira al cielo como esperando un milagro. Cae una tarde plomiza, brumosa, gélida. De pronto un relámpago. Y otro más cercano. Y otro más, unas gotas como guijarros puntiagudos, un repiqueteo en las marquesinas y, al momento, un rayo cerca y un chispazo en la calle. Y la oscuridad total: la tormenta se cierne furibunda, próxima, y se va la luz. Revuelve cajones de la mesa del empresario en busca de una linterna y la descubre allá en el fondo. La enciende y advierte que una carpeta ha quedado a la vista, sobre la mesita auxiliar donde deja la cartera; fina, desconocida, con una etiqueta de “Notaría”. No reprime su curiosidad y la abre; guarda una carta del notario con el borrador de últimas voluntades. Habrá olvidado llevársela.

.....Lee atolondradamente bajo el cilindro de luz amarillenta. Segundo sobresalto de la tarde. Su jefe deja escrito que, a su fallecimiento, el jugosísimo patrimonio personal vaya en depósito a su albacea hasta que el ahijado, su único heredero, sea mayor de edad. Ni un céntimo para ella.

.....Sabe que ante una quiebra no caben despidos sustanciosos. Cuatro duros y a la calle. O sólo la calle. A punto de jubilarse y sin posibilidad de heredar nada, le restan quizá décadas de malvivir en un magma de ocaso y privaciones. ¡Después de casi cuarenta años de fidelidad perruna, de entrega absoluta en precario! ¿Es tal miseria lo que merece? Una limosna en el testamento de él hubiera bastado para proveerle de una vejez digna.

.....Lo saca de otro cajón y va al bolsillo de su chaqueta.

.....Devoro una página tras otra, concentrado, sin tregua. Advierto a la perfección la amargura de la secretaria y comprendo su truculenta audacia. La historia me tiene ganada la voluntad, paralizado entre sus párrafos. Me apasiona. Enciendo otro cigarrillo.

.....Abducida por la idea de ajustar cuentas, la mujer baja a la calle con lo puesto y toma la avenida hacia el sur; sabe que él ha ido en busca del placer mercenario, como cada viernes de cada semana. No puede haber llegado lejos. En mi febril imaginación la veo correr como si la tuviera delante, la sigo en su carrera a trompicones igual que una demente poseída por el fatalismo más insensato. Y el odio corroyéndola, y la sangre hirviendo. ¿Su ahijado? ¡Já! ¡Dejaría preñada a alguna de sus putas y le habrá invadido el remordimiento!

.....Las gotas desperdigadas se han convertido ya en un diluvio. Trota por el bulevar desierto con un torrente entre los pies bajando por la calzada. La mano crispada en el bolsillo. Un luminoso en el lateral de la plaza, un café y la posibilidad de una pausa para respirar a cubierto. No lleva impermeable, está empapada, casi exánime. Una vez protegida bajo el toldo se asoma al local como en un reflejo; silencio, una barra con tapas, veladores dispersos y vacíos, sólo un camarero dormitando. No, alguien más. Lo ve allí, sentado frente al ventanal… ¡Es él! Está leyendo y no mira hacia la entrada. ¡Está de suerte!

.....Se acerca sigilosamente, saca el revólver, apunta detrás de la oreja y aprieta el gatillo. El coñac se derrama sobre el velador. El cigarrillo cae al suelo.

.....Todo se me ha vuelto negro.



Rafael Borrás