domingo, 26 de agosto de 2012

Desde el velador

DESDE EL VELADOR


.....Desde el velador, la copa de coñac a mano y el cigarrillo entre los dedos, contemplo la marea líquida que, más allá del ventanal, ennegrece los edificios y los zambulle en una atmósfera cenicienta preñada de agua. Ráfagas de lluvia inmisericorde y cascarrinada. Los transeúntes parecen haber huido a hibernar de forma precipitada y la existencia urbana se ha ralentizado. Bajo la rácana iluminación del local me he sentado frente a la vidriera y me dispongo a esperar que escampe. ¿Algo mejor que sacar mi libro y disfrutar? Una novela seductora de principio a fin; la compré en edición de bolsillo, viaja en mi cartera y aprovecho la mínima ocasión para retomarla.

.....El paraguas en el paragüero junto a la puerta, la gabardina en la percha, mi pelo húmedo alisado a mano. Me siento cómodo en un vetusto café de barrio, con un camarero taciturno que, al acomodarme, se acercó a preguntar qué iba a ser; pues será un expreso con un poco de coñac…, pero no, mire, mejor un coñac doble bautizado con café… muy cargado y caliente… ¿entiende?; y el camarero que por supuesto, enseguida se lo preparo, y que vaya tarde, señor; y yo que desde luego, qué tarde de perros y qué diluvio, como para quedarse en casa…

.....A mitad de camino estalló un aguacero rotundo y ruidoso. A estas horas del atardecer una tormenta deja desierta la ciudad y las calles repelen por inhóspitas y destempladas. Convenía ponerse bajo techo y aguardar.

.....Ah, sí, la novela. Veamos. Un empresario soltero y setentón, una madura secretaria personal que lleva toda la vida colgada de él, amante en tiempos y luego eterna confidente, porque según el jefe «el amor es eterno mientras dura», y que lo mismo le consigue flores para sus conquistas que coronas para sus difuntos o apartamentos para sus citas o píldoras para la próstata o Viagra. Y otro personaje, un ahijado del empresario, que con sólo ocho años es el ojito derecho de su padrino.

.....Leo que hoy la secretaria trabaja en la oficina hasta muy tarde. A última hora entra un correo electrónico. Es del banco, comunica formalmente que, como consecuencia de la larga caída de ventas que hace inviables los créditos, se ha convocado concurso de acreedores contra la empresa. ¡La quiebra! Algo barruntaba ella, pero ahora ya es una certeza. Y el jefe… ¿Cómo y cuándo decírselo? Desde la ventana lo ha visto alejarse paseando por la acera calle abajo.

.....La mujer, angustiada, mira al cielo como esperando un milagro. Cae una tarde plomiza, brumosa, gélida. De pronto un relámpago. Y otro más cercano. Y otro más, unas gotas como guijarros puntiagudos, un repiqueteo en las marquesinas y, al momento, un rayo cerca y un chispazo en la calle. Y la oscuridad total: la tormenta se cierne furibunda, próxima, y se va la luz. Revuelve cajones de la mesa del empresario en busca de una linterna y la descubre allá en el fondo. La enciende y advierte que una carpeta ha quedado a la vista, sobre la mesita auxiliar donde deja la cartera; fina, desconocida, con una etiqueta de “Notaría”. No reprime su curiosidad y la abre; guarda una carta del notario con el borrador de últimas voluntades. Habrá olvidado llevársela.

.....Lee atolondradamente bajo el cilindro de luz amarillenta. Segundo sobresalto de la tarde. Su jefe deja escrito que, a su fallecimiento, el jugosísimo patrimonio personal vaya en depósito a su albacea hasta que el ahijado, su único heredero, sea mayor de edad. Ni un céntimo para ella.

.....Sabe que ante una quiebra no caben despidos sustanciosos. Cuatro duros y a la calle. O sólo la calle. A punto de jubilarse y sin posibilidad de heredar nada, le restan quizá décadas de malvivir en un magma de ocaso y privaciones. ¡Después de casi cuarenta años de fidelidad perruna, de entrega absoluta en precario! ¿Es tal miseria lo que merece? Una limosna en el testamento de él hubiera bastado para proveerle de una vejez digna.

.....Lo saca de otro cajón y va al bolsillo de su chaqueta.

.....Devoro una página tras otra, concentrado, sin tregua. Advierto a la perfección la amargura de la secretaria y comprendo su truculenta audacia. La historia me tiene ganada la voluntad, paralizado entre sus párrafos. Me apasiona. Enciendo otro cigarrillo.

.....Abducida por la idea de ajustar cuentas, la mujer baja a la calle con lo puesto y toma la avenida hacia el sur; sabe que él ha ido en busca del placer mercenario, como cada viernes de cada semana. No puede haber llegado lejos. En mi febril imaginación la veo correr como si la tuviera delante, la sigo en su carrera a trompicones igual que una demente poseída por el fatalismo más insensato. Y el odio corroyéndola, y la sangre hirviendo. ¿Su ahijado? ¡Já! ¡Dejaría preñada a alguna de sus putas y le habrá invadido el remordimiento!

.....Las gotas desperdigadas se han convertido ya en un diluvio. Trota por el bulevar desierto con un torrente entre los pies bajando por la calzada. La mano crispada en el bolsillo. Un luminoso en el lateral de la plaza, un café y la posibilidad de una pausa para respirar a cubierto. No lleva impermeable, está empapada, casi exánime. Una vez protegida bajo el toldo se asoma al local como en un reflejo; silencio, una barra con tapas, veladores dispersos y vacíos, sólo un camarero dormitando. No, alguien más. Lo ve allí, sentado frente al ventanal… ¡Es él! Está leyendo y no mira hacia la entrada. ¡Está de suerte!

.....Se acerca sigilosamente, saca el revólver, apunta detrás de la oreja y aprieta el gatillo. El coñac se derrama sobre el velador. El cigarrillo cae al suelo.

.....Todo se me ha vuelto negro.



Rafael Borrás

viernes, 24 de agosto de 2012

Bodas de plata


BODAS DE PLATA


.....Desplegó la carta para leerla por enésima vez. «Convocatoria Bodas de Plata. XLVII Promoción Facultad de Económicas. Universidad Complutense. 1981-1986». Un folio apergaminado y, entre espirales y arabescos, la fecha de un fin de semana del verano en ciernes, las señas de un conocido hotel y una parrafada retórica apelando a los resortes más trillados de la nostalgia.

.....Veinticinco años. Los términos de aquella invitación le habrían parecido trasnochados en la época cuyo aniversario se celebraba, pero a estas alturas de su vida debía reconocer que habían estado a punto de conmoverla. Sobre los recuerdos que iban amontonándose se impusieron ciertas imprecisas emociones, bullentes, y percibió que volvían a inundarse algunos cauces secos en el paisaje desértico de su memoria. El timbre del teléfono la sobresaltó.

.....—Enhorabuena, querida.

.....—Gracias, Néstor. Tendrías que ver mi nuevo despacho. Inmenso.

.....—Lo veré, descuida. Y no te olvides, esta noche toca ópera.

.....—Salgo del banco a las siete. Hay tiempo.

.....—Ángela tiene violín. La llevaré a las cinco. ¿Podrás recogerla a las siete y media?

.....—OK. A las siete y media.

.....Colgó el auricular. Con la espalda relajada contra el sillón giratorio dibujó una circunferencia completa con los pies, los ojos cerrados, las piernas estiradas, tensando cada gemelo hasta la base del tacón de aguja. Todavía faltaba un rato para la reunión con los directores provinciales, de los que conocía en persona a pocos. Dedicó los siguientes minutos a repasar su aspecto.

.....Ya en el salón de actos se acomodó tras la mesa de la tarima y lo barrió de un vistazo. Dio un respingo. Estaba en la segunda fila. Ignacio. Él. Demasiadas batallas libradas para que Carmen dejara trascender el menor atisbo de nervios. Ordenada y precisa, expuso el programa de crecimiento internacional de la entidad partiendo de una actualización de la plantilla. “Actualización”, un eufemismo que todos captaron.

.....El encuentro acabó con un tentempié. Lo vio aproximarse.

.....Felicidades, señora importante. ─Se abalanzó para darle un par de besos en las mejillas, sin mucha desenvoltura.

.....—Hola, Nacho. ─Carmen sintió un escalofrío similar al que le provocaba la brisa marina de madrugada. Por dentro.

.....—Ya te he oído que los prefieres jóvenes. ¿Me vas a jubilar?

.....Si hubiera que jubilarte a ti nos iríamos los dos. Recuerda que soy una semana mayor que tú ─le respondió sin dejar de mirarlo, valorativa.

.....─Por mi parte eso quedará eternamente entre tú y yo.

.....A Carmen el pelo se le había resbalado cubriéndole media cara; lo apartó con los dedos para llevarse el vino a los labios. Después de beber un sorbo se quedó con la copa en alto. La pausa fue calculada, perfecta. Disfrutaba del momento.

.....─Más te vale ─le advirtió riéndose.

.....─ ¿Secreto de confesión?

.....─Podríamos considerarlo así ─dijo ella. Volvió la vista a la sala. Suspirando añadió─: hemos de ir con los demás.

.....─Me da vértigo tanta gente.

.....El jueves siguiente Nacho la esperó en el vestíbulo de un restaurante. En esta ocasión no inmerso entre un centenar de personas, ni vestido de traje azul y corbata, sino solo, con una cazadora de piel fina y tejanos algo desgastados. Enjuto de planta, con su extraña y seductora fragilidad en la forma de moverse. Aspecto limpio, cálido, de una masculinidad equilibrada. El pelo canoso peinado a raya. Los labios definidos. El perfil de aventurero y ese punto melancólico en los ojos color café. Guapo como un pecado, resumió para sí Carmen. Al saludarla, Ignacio Carrión, el dueño del carnet mil doscientos dos del Partido Comunista, el indómito bolchevique, la tomó inseguro por los hombros para contemplarla antes de sonreír, en un ademán que acaso pretendía suprimir la feroz distancia de la juventud.

.....Ella se colgó de su brazo, pegada a él, obligándole a conducirla dócilmente hasta la mesa que mostraba el camarero. Las confidencias llegaron con los cafés.

.....─Lo último que supe de ti fue que te habías marchado al extranjero con una beca. Necesito que me cuentes todo de tu vida, todo… ─pidió Carmen con la mejor sonrisa del mundo.

.....─ ¿Todo? Entonces concédeme un segundo para organizarme. Empieza tú.

.....─Como quieras. Un matrimonio, con Néstor, ¿lo recuerdas? ─, él asintió con fingido desdén, poniendo boca de asco─ y dos hijos; Jaime, veinte años, y Ángela, dieciséis. ¿Y tú?

.....—Sólo un divorcio, de quince años de edad. Sin hijos. Los comunistas sólo sabemos ser leales a Lenin y a los licores duros.

.....─Guardar fidelidad en la riqueza y en la pobreza a dos elementos tan contundentes es de campeones.

.....─No te burles. La fidelidad de la que hablas es el estado de gracia al que un hombre sólo llega cuando ya no llega; seguro que me entiendes. Y, aparte de procrear y ganar dinero, ¿a qué más te dedicaste durante tanto tiempo?

.....Antes de responder Carmen lo observó quedamente, luego alargó el brazo para rozar con las yemas de los dedos las sienes de él, en un gesto espontáneo y delicado. ─Ahora tienes el pelo gris… ─musitó. Enseguida pareció despertar de un ensimismamiento y contestó con fluidez ─ ¿Que qué he hecho? Ah, sí. Vivir. ¿Qué más puede interesar? Ambos tenemos cuarenta y ocho años, yo con veinte de servicios a la especulación, y aún nos queda cuerda para rato. Desde este mes soy consejera delegada de uno de los grandes. Mando mucho.

.....—Me consta.

.....—Pues bien, biografía terminada. Te toca a ti.

.....—Después de la facultad, beca y pinitos en la banca. Me casé, recién fichado por una filial para trabajarles el mercado británico. Mi mujer era funcionaria y se quedó esperando un traslado. Una separación provisional que concluyó en divorcio. Mi banco acabó siendo devorado por un depredador insaciable, tu banco. Enviaron a la City cachorros frescos, con más pelo y menos escrúpulos, y me propusieron envejecer en la patria. Una sucursal de provincias era un puesto mezquino, pero no pude escoger. Fin.

.....─ ¿Algún dato más…, reciente?

.....─Ninguno digno de mención. Bueno, sí; este invierno he aprendido a preparar cócteles exclusivos que bautizo con nombres de mis héroes de tebeos. Una afición secreta que sólo revelo si hay mucha confianza.

.....-¿Y el Partido? No llevas nada rojo…

.....—Una romántica historia de amor que terminó cuando Carrillo se hizo amigo de Fraga. Guardo el carnet en una caja de zapatos.

.....─ ¿No hay otras historias? De cualquier clase…

.....─No. ─Hablaba con mucha calma, en tono objetivo. Ella lo estudiaba con sabiduría de mujer.

.....—Sé reconocer la ropa cara. Vistes mejor que cuando la barba de fraile y el zurrón de pastor. Tardaste en caer del guindo político.

.....—Considéralo el uniforme para reencontrarme con antiguas novias. Puestos a comparar, le das cien vueltas a aquella Carmen de poncho y melena lacia. Tardábamos en enterarnos de casi todo; menos yo de que estaba enamorado de ti: diez minutos. Y, fíjate, salimos juntos los tres primeros cursos y lo más indecoroso que hicimos fue magrearnos como chimpancés. Sexualmente, un par de reclutas.

.....—Ascendiste rápido. Toda la clase acabó por enterarse de que, durante el primer verano sin mí, una alemana casada te había hecho hombre las primeras diez veces en una sola noche. Impresionante récord…

.....—Jugué de farol.

.....─ ¿En serio? Entonces… ¿Qué pasó?

.....─Nada de nada. ─El rostro de Nacho se vació de toda expresión ─. Debería haber aprendido a escoger a las personas que quería herir con más cuidado incluso que las que quise amar. Pero, ya que hablamos de casados…, tu marido es mucho mayor que tú. ¿Qué viste en él? En la secretaría de la facultad, cuando recogimos la última papeleta de la carrera, aquellos dos gloriosos aprobados rasos, me dijiste que os ibais a casar lo antes posible. ¿Quisiste hacerme un original regalo de licenciatura?

.....Ella alzó una mano con la palma hacía él, como dándole el alto.

.....—Néstor era amigo de mi familia. Me lo presentaron en bandeja con una manzana en la boca de muchos millones. Las chicas de entonces veíamos el futuro con el filtro de nuestros padres. Es un hombre inteligente, con instinto para los negocios. Supongo que me casé enamorada. Dejémoslo en que estamos empatados a aciertos y errores.

.....—Y ahora, ¿qué?

.....—Un lago tranquilo. Él cumple su parte y yo la mía. Sin molestarnos. Sin solaparnos.

.....Tras un breve silencio, Carmen puso la servilleta doblada sobre la mesa y apartó con discreción la vela que ardía entre ambos. Adelantando el cuerpo para aproximar los rostros se lo soltó a bocajarro, con una suavidad perturbadora en cada palabra y un brasero en cada pupila.

.....—No me creo que tú no estés con alguna mujer.

.....Luego se recostó en la silla y, con un movimiento medido, introdujo la mano en el escote y extrajo una tarjeta de crédito apresada entre la piel morena y el tirante del sujetador. Nacho asistía al lance sin mover un músculo. Ella le hizo una señal al camarero.

.....—Según con quién me cite es el escondite más seguro. —Y ante la oposición de su acompañante intervino resuelta—: Ni hablar. Nos lo merecemos. A esta comida invita el banco, nuestro querido banco, compañero. Luego bajó la voz hasta convertirla en un murmullo y, sin perder la sonrisa le preguntó─: ¿Verdad que has recibido también una invitación? ¿A que sí?

.....─Por supuesto ─confirmó él. Y, como si llevara el día entero esperando a decírselo, apostilló─, pero si tú no vas, tampoco pienso ir yo.

.....Después de aquel almuerzo hubo llamadas telefónicas entre ambos que ella ocultó a su entorno. Conversaciones en un lenguaje cercano, sin la menor referencia a oportunidades perdidas o asignaturas pendientes.

.....La noche de la fiesta Carmen se entretuvo en acicalarse y en escoger el atuendo con el esmero de una novia primeriza. Apareció por el salón sobre unos tacones que hacían oscilar al unísono la melena suelta y la falda de un vestido de lino, ajustado a su silueta hasta el inicio de la cadera. Entre abrazos y aspavientos surgieron antiguos compañeros en los que trató de reconocer facciones juveniles bajo rostros avejentados, papadas y calvicies ostentosas o disimuladas. Habían preparado el encuentro a la manera tradicional: credenciales con la foto de estudiantes, flores para ellas, canciones inmortales, augurio de sorpresas durante el baile…

.....Cuando estaban llamándoles para pasar al comedor, y ante su ausencia, se atrevió a preguntar a una compañera, de las del comité de la fiesta.

.....─ ¿No ha venido Ignacio?

.....─ ¿Quién?

.....—Ignacio… Nacho Carrión.

.....La otra la miró perpleja.

.....—Creí que habíais seguido en contacto.

.....—No. ¿Por qué?

.....—Ya veo que no lo sabes. Nacho Carrión murió. Hace nueve años.

.....─ ¿Cómo dices…? ¿Muerto?

.....—En un accidente de tráfico, cerca de Londres. Trabajaba allí.

.....Un bullicio de guitarras y panderetas les hizo girar la cabeza hacia la puerta. Llegaba la tuna. Nadie notó que Carmen se tambaleaba ligeramente cuando iba hacia su sitio.

.....El lunes, tras teclear la contraseña en el ordenador de su despacho, y mientras esperaba a que arrancara, Carmen paseó con desgana hasta el ventanal y miró abajo, a la calle. Se percibía el habitual estrépito amortiguado del tráfico en una ciudad que comienza a agitarse desde sus tripas. Regresó para sentarse ante la pantalla. Fue entonces cuando se fijó. El mensaje del protector que serpenteaba arriba y abajo había cambiado. Ya no decía «Una hora perdida es un tesoro malgastado», sino «Estabas irresistible con aquel vestido. Nacho».



Rafael Borrás

Misterio galénico


MISTERIO GALÉNICO


.....En cuanto hubo aliviado el urgente requerimiento de la próstata, don Atilano Rocamora se aprestó a comenzar la jornada del lunes. Puntual, como cada mañana: a las nueve y quince minutos. Escogió una llave enganchada en la leontina que colgaba de unos tirantes combados por la barriga obispal. Con ella le dio cuatro vueltas al cerrojo de la puerta.

.....Cuando encendió la luz, el desconcierto le puso los ojos como huevos de paloma.

.....—Pero…, pero… ¿Qué es esto…? ¡Por todos los demonios del infierno!

.....En la pared, su bisabuelo, el primer Atilano Rocamora, le miraba serenamente desde un óleo en el que, con bata blanca, monóculo y pajarita, apoyaba la mano en su reconocida obra «Influencia del botánico malagueño Ibn al-Baytar en el desarrollo de la Galénica moderna. Formulario y principios activos». Sin embargo, el motivo del asombro de su biznieto no era que el cuadro estuviera algo escorado en la pared, sino el paisaje de desorden que se extendía por suelo y bancadas. Matraces, pipetas y embudos desparramados aquí y allá. En la pila, erlenmeyers con restos de líquidos coloreados. Las puertas de la nevera y la estufa entreabiertas; polvos, papel de filtro, legajos de recetarios dispersos hoja a hoja, liberados de balduques. Unos intrusos se habían atrevido a violar el laboratorio de formulación magistral de la farmacia con más solera de la ciudad.

.....Con el sobresalto a don Atilano se le escurrió la botella de brandy que llevaba en una bolsa, y el licor se extendió rápidamente por toda la rebotica como una alfombra etílica que perfumó la atmósfera en segundos.

..... - ¿Líquidos de colores? ¿Qué clase de líquidos? —El comisario Eugenio Pernales le interrogaba de pie, las manos en los bolsillos.

.....—En los recipientes, en la pila, Eugenio, pegajosos… Los olí: zumos de naranja, de plátano…, y apestaban a alcohol. Han arrasado la nevera, se han comido la fruta, bebido los licores…, —don Atilano elevaba el tono de voz, al borde del gimoteo— han arrasado los estantes, han…, han…, —titubeaba— vertido el agua destilada, los disolventes… ¡Sinvergüenzas! ¡Vándalos! ¡Cafres!—Enfebrecido, prorrumpió en una letanía de maldiciones, alguna fuera de lugar en un farmacéutico de su reconocida compostura.

.....—Tranquilízate, Ati. Y dices que tú…, ¿tomas licores allí? —relajado, el veterano policía contuvo un gesto de incredulidad socarrona por debajo del mostacho.

.....- Con moderación, sí… Las guardias son muy largas. Un culín de coñac o de orujo con el café, alguna dosis de jerez como bajativo de la cena, el anís con agua para los gases… Los guardo en un armario.

.....—Ya, ya. Entiendo. —Continuó—: Y, otra cosa, ¿qué hay de tu personal? ¿Confías en ellos? Porque, según cuentas, ni rastro de violencia en los accesos, no te falta nada —ahora paseaba por el despacho dándole vueltas entre los dedos a un bolígrafo con propaganda de una empresa de pompas fúnebres—. Sorprendente, ¿no te parece?

.....—Bueno, faltar, faltar…, me falta fruta de la nevera. Y licores. Han roto algún albarelo.

.....—Me parece, Ati, que no estás al día, que pasas demasiado tiempo encerrado entre tus potingues. Escucha las noticias y entérate de las calamidades que suceden por el mundo.

.....— ¿Entonces? ¿Qué hacemos, Eugenio?

.....—Mira, tengo la comisaría hasta el techo con asuntos de fuste: asesinatos, drogas, tráficos ilegales, reyertas entre auténticos salvajes. Entenderás que, por muy amigos que seamos, no puedo mandar a mis muchachos para que investiguen un revoltijo en el interior de una farmacia, cuando no ha habido ni sangre, ni grandes daños, y ni siquiera se han llevado algo de cierto valor. Y, ¿sabes lo que pienso?

.....—Dímelo, por favor. Lo que sea.

.....—Pues que alguien que conoce tus horarios se ha corrido una juerguecilla a tu costa. Se ha bebido tu coñac, y, de paso, ha aprovechado el alcohol del laboratorio para fabricarse combinados de fruta y agarrar una buena curda. La borrachera obnubila el entendimiento, como sabes; lo de tirar cacharros y ensuciar el escenario forma parte del sarao. Hazme caso, empieza por revisar a tu gente y luego hablamos.

.....Don Atilano salió de la comisaría hondamente acongojado. Circunspecto en sus cavilaciones. Eugenio tenía razón; debía investigar primero dentro de casa. Nada más regresar a la farmacia sentó enfrente a Bernardo, su mancebo de confianza. Le miró a los ojos para intentar descubrir la insidia de una mentira.

.....—Yo le juro a usted, don Atilano…

.....—No hace falta que me jures —le interrumpió, severo—; cuéntame la verdad y seré comprensivo. Sólo tú sabes donde está escondida la única copia de la llave del laboratorio.

.....No había ninguna mentira que descubrir. Bernardo aportó una coartada redonda. Que había pasado el fin de semana en el pueblo con la familia, que esta mañana salió de su domicilio a las ocho cuarenta para abrir la botica a las nueve en punto, que don Atilano no tenía más que telefonear a casa de Bernardo y que su mujer se lo confirmaría todo.

.....Trabajaban también en la farmacia dos mancebos muy jóvenes, con mayor disposición, supuso el boticario, para convertirse en hipotéticos gamberros. Los interrogatorios tuvieron en esencia el mismo resultado. Nulo. «Ante todo prudencia, Ati», le había advertido el comisario, «no acuses a un empleado sin pruebas sólidas. Los sindicatos se te echarían encima. Denuncias, el juzgado, te verías metido en un buen follón…». Don Atilano tuvo que zamparse ración doble de ansiolíticos; no estaba habituado a semejantes contingencias.

.....La placidez de los objetos en el entorno de su laboratorio, ya reordenado con pulcritud, le devolvió en parte el sosiego; los quehaceres cotidianos interpusieron en su mente una sólida barrera al recuerdo de pasadas perturbaciones. No le dio más vueltas al asunto, incluso por encima de la idea, que llegó a rumiar durante sus horas de insomnio, de que aquel lance insólito acaso pudiera tener un origen inescrutable, ajeno a lo natural, como un prodigio. Pese a ello, era evidente que el suceso había inaugurado una nueva etapa en su flemático subconsciente, una en la que las píldoras trataban de compensar más mal que bien recelos y miedos.

.....A partir de entonces extremó sus cautelas. Puso un cerrojo nuevo y metió la copia de la llave dentro de una caja vacía de aspirinas, en el altillo furtivo y casi inaccesible de un archivador. No le dijo nada de esto a Bernardo. Vigilaba todo y a todos. Le dio por levantarse más temprano y adelantar su llegada a la farmacia, antes de que lo hicieran sus empleados y se abriera al público. Aprovechaba ese rato para estudiar nuevas fórmulas con sustancias de nombres enrevesados.

.....Como había marcado el nivel del líquido en las botellas, al poco pudo comprobar con sumo disgusto que seguía disminuyendo debido a bocas extrañas. También echó a faltar alguna pieza de fruta, y volaba el alcohol de las garrafas. No había duda: continuaban montándose a sus espaldas discretas francachelas nocturnas. Así que un buen día hizo instalar una caja fuerte en un rincón de la rebotica y en ella guardó, bajo un sistema de apertura sofisticado, los licores y el alcohol a granel; se le había acabado el chollo a quienquiera que se atrevía a robarle delante de sus narices.

.....Para su sorpresa, al entrar la mañana siguiente en la farmacia aún desierta, se topó con los rateros metidos en faena.

.....Antes de llegar al mostrador descubrió el fulgor amarillento proyectándose desde el quicio de la puerta del laboratorio. Hizo acopio de arrojo y, dispuesto a acabar de una vez por todas con el problema, alargó la mano para armarse con la barra de hierro ganchuda con la que elevaban la persiana. Avanzó, despacio. Al aproximarse, pudo escuchar el sonido de unas leves pisadas en el interior. Un segundo antes de meter la llave en la cerradura, se hizo la oscuridad total por entre las rendijas. El temblequeo incontrolable que le recorría de los tirantes para abajo hacía ondear la pernera del pantalón. Le costó acertar con la llave, luego una suave presión a la hoja de la puerta, la suficiente para asomar la cabeza mientras mantenía prieto en el puño cerrado el gancho de la persiana. Cuando su cuello estirado llegó a la altura del umbral, alguien le sujetó firme por las solapas y, antes de permitirle reaccionar, le arreó una bofetada brutal que le hizo tambalearse, y que le hubiera hecho caer de espaldas de no haber conseguido apoyarse en una estantería.

.....Al penetrar en el laboratorio, aturdido pero rabioso, lo encontró todo en orden, como lo había dejado la tarde anterior. Sus ojos quedaron paralizados en el cuadro del bisabuelo, el único objeto que llamaba la atención: torcido y columpiándose levemente. Observó algo raro. Hubiera jurado por todos los muertos de la familia que el pintor lo había retratado apoyando en su famosa obra científica la mano derecha. Ahora, en cambio, el conspicuo boticario le miraba con la mano izquierda sobre el lomo del libro, mientras que la derecha, abierta por completo, reposaba sobre el faldón de la bata, como descansando. También era palmario que la sempiterna bondad de su mirada había virado hacia una dureza gélida que se añadía al gesto reprobatorio, al ceño fruncido, al enfado en la curvatura de los labios.

..... A don Atilano le quedó por un largo tiempo, y pese a las pomadas, la huella carmesí de una mano con cinco dedos largos marcada en la mejilla; mejilla que desde entonces le escuece, sin una razón orgánica, cada vez que se fija en el retrato del bisabuelo Rocamora.



Rafael Borrás

Primero de Mayo en La Moraleja


PRIMERO DE MAYO EN LA MORALEJA


.....Sobre las alfombras turcas una enfermera empujaba la silla de ruedas. Encima, la tía abuela Enriqueta vestida de marengo monástico, gallarda en su invalidez, con el moño tieso y amerengado. Desembocaron en la sala entre la pareja de dogos de porcelana que flanqueaban la puerta. Al verla entrar, los asistentes iniciaron un aplauso que la vieja detuvo con gesto autoritario y huraño, elevando una diestra huesuda en cuya muñeca brillaba un grueso brazalete de oro de veinticuatro quilates.

.....Allí estaba la familia al completo. Excepto el garbanzo negro.

.....Aquel primero de mayo la calle ardía en manifestaciones. Con toda certeza, el descontento sindical iba a provocar decretos que menguarían aún más los beneficios empresariales del clan. Estaban al borde de la quiebra las fábricas en el País Vasco, el entramado de constructoras, las financieras… La tía, como matriarca y dueña del cincuenta y uno por ciento de las acciones, ostentaba la regalía de solventar las cuestiones de calado. Durante los últimos años de caída libre económica había permanecido imbatida en la silla de ruedas, rezando rosarios y computando muertes de amigas.

.....En medio del enjambre de parientes –entre los que circulaban doncellas con cofia y bandejas de canapés y bebidas–, divisó al mayor de sus sobrinos y le hizo una señal para que se acercara.

.....─ ¿Todavía no ha venido?

.....─ No, tía, todavía no.

.....─ ¿No os da vergüenza que tenga tan poca vergüenza?

..... Por favor, cálmate.

.....─ Veremos cómo aparece.

.....─ Bien, bien… Tú tranquila.

.....La semana anterior, en una reunión urgente de directivos, los pesos pesados habían discutido sobre las posibles fórmulas para salir del pozo económico. Si es que existían. Los contables sembraron el pánico, sobre todo entre los sobrinos carnales, avalistas de los créditos.

.....─ Caninos, estamos caninos… Deberíamos haber vendido mucho antes, y el dinero a Suiza o las Barbados.

.....─ La tía no quiso ni oír hablar del asunto.

.....─ Ya. No hay más ciega que la que no quiere ver y además chochea.

.....— ¿Qué otras soluciones caben?

.....─ Bueno…, en caso de que ella falleciera, con sus fondos personales salvaríamos de sobra la crisis.

.....Un sobrino político que dirigía la filial inmobiliaria de Barcelona le susurró a su cuñado:

.....─ ¿Y si probamos con un buen insecticida en la leche?

.....─ No seas animal.

.....─ ¿Animal? Vamos de cabeza a la ruina.

.....─ En unos días cumplirá noventa y cinco años. ¿Cuánto crees tú que puede durar? Se le acaba la mecha.

.....─ Es de granito. Batirá récords y asistirá a nuestro entierro.

.....Por fin apareció por la celebración el que faltaba, el sobrino-nieto Fermín. Su Harley petardeó al rebasar la garita del guarda en la entrada de la finca, plagada de estatuas de escayola y setos de figuras esculpidas a tijera. Zapatillas de tenis, vaqueros recosidos, chupa de flecos, mochila y casquete de aviador por el que se le escapaban greñas de la melena. Al verlo descabalgar de la moto, algunos murmuraron maldiciones contra aquel disidente que había elegido por libre un camino de perdulario, una vida de ética blasfema comparada con la gente de orden que colgaba de las ramas del árbol genealógico.

.....A la sobrina monja se le escapó un exabrupto, a todas luces indecoroso en boca de una teresiana.

..... Nos están embargando los cotos de Ciudad Real y este pervertido follándose a sus putas en Los Ángeles…

.....Por su parte, la anciana miró al sobrino primogénito, el padre de Fermín. Con un guiño le ordenó aproximarse de nuevo a ella.

.....─ Mi hermano te hubiera echado de casa sin contemplaciones de verte con la facha que trae tu hijo.

.....─ Por Dios, tía, tengamos la fiesta en paz. Es tu cumpleaños.

.....El recién llegado colgó el casquete en un pomo del manillar y, con los brazos abiertos hacia la terraza llena de tíos y primos, como si fuera a bendecirlos, exclamó con el desenfado de un presentador de circo:

.....─ ¡Hola, hola, hola, hola…! ─elevando progresivamente la voz hasta el puro grito, mientras recorría una a una las caras estupefactas.

.....Fermín comenzó a aficionarse al cine cuando era un crío. Compraba por cuatro perras en las quincallerías tiras sueltas de películas viejas, negativos inservibles de Súper 8 o 16 mm en soporte de acetato o poliéster. Se habían echado a perder tras desgastarse por las salas de barrio. Los examinaba concienzudamente con un monóculo de relojero. Le iba el arte del empalme con acetona, combinar escenas de varias cintas y crear otras, sorprendentes, según el nuevo argumento que se le ocurría.

.....Un día cogió la maleta y se largó a Hollywood. Con su instinto nato para el oficio, pasó enseguida de ayudante a productor ejecutivo y farandulero en los ratos libres. Ello a contracorriente de los consejos familiares, mientras el resto de su camada se dedicaba a obtener licenciaturas útiles para las empresas del clan. Pese a ser el dueño de un espléndido ático en Madrid, pasaba más tiempo en su apartamento de Rodeo Drive. La tía Enriqueta nunca le había perdonado su rebeldía, las ausencias en Navidad y, sobre todo, que prefiriera una vida de crápula pecador en Estados Unidos a otra como Dios manda en España.

.....─ ¿Habéis colocado lo que os dije? —preguntó al entrar ruidosamente en la casa—. ¡Traigo el regalo en la mochila! ¡Todos al salón!

.....A primera hora la servidumbre había apartado a un lado las cómodas con candelabros de plata, esculturas, marfiles y chirimbolos rancios, e instalado una pantalla contra la chimenea de mármol. Fermín encajó un carrete en el proyector instalado sobre una mesita. Cuando se hizo la oscuridad, la tía, a regañadientes, permitió que la oveja descarriada le tomara la mano mientras recibía el regalo de cumpleaños.

.....─ ¡Ahora veréis! ¡Felicidades, tía! ─Y Fermín le dio al arranque.

.....La blancura inmaculada de la tela dio paso a escenas que eran cualquier cosa menos inmaculadas. De haber podido detenerse el tiempo en esos instantes del primero de mayo de 1977, se hubiera observado un conjunto heterogéneo de figuras sobrecogidas, inmóviles en la estancia principal de un soberbio palacete de la Moraleja. Una anciana de la alta burguesía, soltera y beata de nacimiento, apalancada en la silla de ruedas entre caballeros atemporales repeinados, señoras con pinta de no haberse enterado de nada en su vida, jóvenes con pantalones de pata de elefante y algunos niños con lazos. Excepto éstos, a los que sus madres taparon los ojos, todos con expresión de pasmo.

.....Cuando las luces se encendieron, el silencio era tal que permitía escuchar el gorgoteo de la fuente del jardín igual que si brotara de la licorera. La tía Enriqueta yacía inerte en la silla, la cabeza vencida sobre el pecho. Su corazón no había resistido el espanto. Fermín deslizó la mano de la tía hasta el regazo, buscando una actitud natural. A continuación, con la película de vuelta en la mochila y sin despedirse, salió echando humo en la Harley. No podía quedarse al almuerzo. Antes de tomar el vuelo nocturno a Los Ángeles debía entrevistarse con ciertos inversores. También reunirse con el sobrino político, director de la filial catalana, que le entregaría un maletín con lo pactado.

.....La película que liquidó a la tía Enriqueta tenía su propia historia. En su afán por empalmar fragmentos de toda clase de cine, durante su juventud Fermín fue recopilando del Archivo Cinematográfico Federal de Alemania algunos films porno de la época nazi, copias de cortos Stang Films rodados en los cuarenta y, en tiendas especializadas, películas X de los calientes años cincuenta. Con la pulcritud de un taxidermista, encadenó una selección de escenas del sexo más depravado y salvaje. Guardó la cinta en una caja de zapatos. Nunca pudo imaginar que algo tan impalpable salvara al cabo de los años todo un imperio económico.



Rafael Borrás

La Muchacha del Tres Cuartos


LA MUCHACHA DEL TRES CUARTOS


.....—¿Cómo estás, Guillermo? —La melena le caía revuelta enmarcándole un rostro con una geometría intachable, cierto aire de desamparo infantil y un puñado de pecas caoba disperso sobre los pómulos. Al colgarse las gafas oscuras sobre la cabeza guiñó los ojos contra el resol de poniente. Me sonreía pese al momento, como si nos estuvieran presentando en cualquier otra reunión que no fuera un entierro. Aunque jamás había visto a aquella muchacha de veintialgunos años, supe enseguida quién era.

.....—Aguantando el temple como mejor puedo —contesté. Me pilló por sorpresa; disuelto en una esquina había estado escuchando ensimismado el gorigori parsimonioso del capellán. Mientras, cerca del ataúd un hombretón con perfiles de luchador de sumo y nariz entomatada mantenía por el hombro a una joven alta, vestida con un tres cuartos de pana y la cara semioculta por el pelo y las gafas de sol. Al final del responso la chica le cuchicheó en el oído, el hombretón asintió cabizbajo y fue hacia otros familiares. Después, ella había venido donde yo me encontraba.

.....—¿Tú también te llamas Blanca? –le pregunté.

.....—No, yo me llamo Victoria ―. Se estremeció. Bajo un cielo comprimido, aquella tarde de diciembre un mistral ártico nos estaba congelando. Frente al nicho, el sepulturero, flaco como un sarmiento y las manos enguantadas con mitones, se enjugó con un pañuelo arrugado las agüillas de la nariz. Diligente y profesional, el veterano funcionario acababa de enterrar el cuerpo de Blanca. Tras recoger sus herramientas se alejó con un caminar desmadejado. No podía existir otra imagen que resumiera mejor la atmósfera de epílogo de aquel lugar.

.....—¡Cómo te pareces a tu madre! —comenté con voz insegura.

.....Bueno, eso me dicen algunos…, pero no —opinó negando también con la cabeza—, ella era mucho más guapa… Da lo mismo, dejémoslo…

.....—Te expresas de la misma manera —reconocí. Y me nació una media sonrisa—. Te mueves igual y…, sí, y los ademanes…

.....La chica y yo nos fuimos quedando solos. No había sospechado de quién podría tratarse hasta que me interpeló a cara descubierta. Suficiente con un vistazo: la armonía de sus facciones, una firme resolución en cada gesto, las ondulaciones en el fraseo, ese atractivo indeliberado… Con las manos hundidas al abrigo de los bolsillos y el tres cuartos abrochado, estudiaba con esmero cada rincón de mi cara. Lloraba sin lágrimas, y el sueño acumulado le emergía con crudeza en un leve rictus severo en los labios y en unos ojos exhaustos, aunque cargados de pólvora y de un singular azul aciano.

.....—¿Sorprendido?

.....—Figúrate. Imposible imaginar que encontraría aquí a una hija de Blanca —respondí algo azorado—. Me confesó que estaba casada, pero sin hijos.

.....—Pues por mi parte hasta el año pasado tampoco podía imaginar la realidad de sus viajes a Karlovy Vary —repuso porfiadamente—. Me tropecé por casualidad en su iPhone con fotos de ella contigo. Al preguntarle intercaló un rosario de silencios entre demasiadas medias palabras. No le insistí, se trataba de su sagrada intimidad. ¿Cuántos otoños llevabais viéndoos? ¿Cinco, seis…?

.....—Nueve —puntualicé. Y me faltó arrojo para añadir algo más.

—¿Te tragaste los motivos de sus visitas al balneario? Aparentas ser un hombre de mundo, culto, viajado, vivido. —Me repasó sin disimulo de arriba a abajo— Tu ropa luce como recién descolgada de un escaparate de la Gran Vía. ¿Tan cándidos seguís siendo los hombres de maduros?

.....—Al principio me explicó que venía a los tratamientos de aguas termales. Necesitaba relajar una espalda que sufría por las horas ante el ordenador, en su puesto de secretaria. Luego fueron añadiéndose razones digamos que de tipo más…, íntimo.

.....—Pues a mí que se refugiaba en Karlovy para leer a solas gruesos novelones. La recarga anual lejos del mundanal agobio, decía. —Y prosiguió, resuelta— Nos engañó a los dos, Guillermo, nada menos que durante nueve años. No era secretaria, sino dueña de una empresa con doscientos empleados. Más que de ordenadores sabía de dar órdenes.

.....—Pero si…

.....—Nunca conocí —me interrumpió— una mujer de cincuenta años más fuerte y vital. Podía pasar una tarde acarreando leña y marcharse a bailar por la noche. Aparentemente blindada frente a cualquier peligro… Menos frente a conductores borrachos, claro.

.....—Y el que te abrazaba antes es, ¿tu padre?

.....—Sí.

.....—¿Su marido?

.....—Se separaron cuando yo era niña. Debió ocultarte el detalle para que no le fueras con monsergas de fidelidades a tiempo completo. Tenía su propio código de lealtades.

.....Se instaló entre ambos un silencio incómodo. Miré al suelo antes de cambiar de tema—: Y, dime, ¿por qué has querido que nos conociéramos? ¿Puedo hacer algo por ti? Me gustaría.

.....Victoria enmudeció unos instantes y detuvo su vista en una fila de cipreses de ramas desmochadas, como tratando de extraer de ellos la combinación verbal óptima para expresar lo que quería. Luego contestó, en tono más acogedor —: Sí que puedes. Te telefonearé. Quiero que nos encontremos con tiempo por delante para que me hables de vosotros dos. Ahora los secretos carecen de sentido. No espero que llegues a escandalizarme, ya ni recuerdo cuando perdí la inocencia. Desde luego ─musitó─, siempre que no te importe volver a verme.

.....—Por supuesto que no me importa. Al contrario. Y, por hacerme una idea, ¿sobre qué preferirías que habláramos?

.....De repente su cara era la viva estampa de la extenuación, las ojeras se agudizaron y sus siguientes palabras surgieron desde una honestidad profunda y amurallada.

.....—No soy exigente; bastará con que me conmuevas, no me importa que te lo inventes.

.....—¿Tanto te afecta? Es agua pasada.

.....—Estoy segura de que ahora mismo no existe nada que me interese más. Mi madre no solía errar al escoger sus verdaderos afectos, y tal vez te parezca una simpleza, pero me sentiría reconfortada si llegara a concluir que tampoco se equivocó con el último tren al que quiso encaramarse.

.....—No tengo escapatoria…

.....—Considéralo como un apartado de su testamento, ¿te parece? Mi memoria es como un baúl en el que suelo almacenar episodios que me han dejado huella. Esa herencia lo rellenaría. —Suspiró antes de continuar— De tanto en tanto me da por abrir mi baúl, aunque sólo sea para compensar ciertos desencantos.

.....—De acuerdo. Trato hecho —concedí en un susurro.

.....—Gracias, Guillermo.

.....Dio un paso hacia mí y me secó las mejillas asiendo con los dedos el borde de las mangas. Apartó la última gota bajo cada párpado con la yema de sus pulgares, como si con ello pudiera recomponer mi ánimo. Finalmente me recomendó, sin dejar de fijarse en el fondo de mis pupilas ―: Las fotos no te hacen justicia. Sales mayor. Elimina las que tengas. —Escuchamos el claxon de un coche en la calle—. Tengo que marcharme. Me reclama mi padre.

.....Se caló las gafas, dio media vuelta y se fue caminando con su tres cuartos de pana y sus ojos color nomeolvides. Al doblar la esquina, entre tumbas rematadas por cruces herrumbrosas y serafines alados, un segundo antes de que desapareciera de mi vista elevó la mano derecha a la altura de la cabeza y, sin girarse, me dirigió un «hasta pronto» desplegando en forma de abanico cinco dedos interminables.



Rafael Borrás

El forense

EL FORENSE


.....Los análisis de ADN habían resultado concluyentes. «Aunque maldita la falta que hacían», se dijo el hombre del pijama blanco. Firmó las hojas del resultado con un brioso garabato en el que había algo de fervor. «Dr. Darío Atienza Pardo. Médico Forense». Mañana a primera hora un conserje las llevaría en mano al juez. Se puso la ropa de calle. Por la puerta trasera del Hospital Universitario salió al bulevar del campus, con las farolas iluminando la soledad honda de la noche. Tuvo que subirse las solapas del abrigo y ajustarse la bufanda; cielo húmedo, invernal, desapacible, temperatura de cámara frigorífica. No obstante, comenzó a tararear un estribillo y, aunque no tenía ninguna prisa, fue caminando con zancadas enérgicas hacia el aparcamiento. Enseguida entró en calor; se sentía satisfecho y muy contento.

.....Hubiera pagado bien por realizar ese trabajo; por suerte, lo obtuvo gratis tras descubrir en la prensa digital una discreta reseña encabezada por la foto del antiguo catedrático don Gervasio Fuentes. En el texto se leía que un joven reclamaba parte de la jugosa herencia del profesor Fuentes, por ser el fruto de una relación de éste con su madre. La mujer se había ocupado de limpiar la vivienda que el catedrático habitó, solo y soltero, en el barrio noble de la ciudad. El juzgado había admitido la demanda e iniciado el procedimiento. Inmediatamente, Darío se puso en contacto con el juez y solicitó, como forense con plaza en el mismo distrito, que se le adjudicara el caso, asistir a la exhumación del cadáver, realizarle los análisis genéticos y cotejarlos con muestras del presunto hijo.

.....Después de tanto tiempo, la noticia de esa demanda era la última que Darío hubiera querido leer sobre su mentor. Y encima con la deslucida fotografía sepia de las orlas. Sin embargo, no pudo reprimir un rictus irónico al evocar mentalmente algunas escenas remotas, pero todavía lúcidas en su memoria.

.....Don Gervasio había fallecido veintiséis años atrás, a punto de jubilarse como catedrático de Medicina Forense. Un infarto se lo llevó mientras dormía en su cama. La fortuna no era, obviamente, el resultado del salario como profesor, sino de herencias confluidas en su persona desde familiares directos enriquecidos medio siglo antes en Santo Domingo. A pesar de su patrimonio, desde que obtuvo la licenciatura trabajó siempre en la Universidad hasta convertirse en una eminencia. De vida austera y recogida, sin parientes cercanos e inmerso en su rutina de sabio científico, sólo su gusto por acicalarse y por la indumentaria de calidad rompían tal ascetismo. Aspecto barbilampiño y filudo, con un surco trazado a tiralíneas dividiendo el pelo gris engominado y la mirada miope tras unas gafas de carey valleinclanescas. Vestía siempre de traje oscuro impoluto, con la corbata prendida en su sitio por un alfiler dorado y la raya del pantalón firme. El envoltorio que cabría esperar de un galán otoñal bien conservado.

.....En aquella época algunos estudiantes de Medicina solían permitirse un alto en los libros a última hora de la tarde; se reunían en el céntrico café Balanzá para tomar algo y despejarse. Don Gervasio era asiduo. Se sentaba pierna sobre pierna a escuchar al pianista cerca de la estanquera, los ojos entornados, dibujando compases en el aire con la punta del botín. Fumaba calmosamente cigarrillos turcos emboquillados, a base de grandes bocanadas que envolvían su cabeza en un humo que después ascendía en largos y finos estratos, para ir difuminándose en la luminosidad ambigua de las arañas. Pese al desnivel de edades y estatus, le gustaba formar tertulia con los alumnos, e incluso, si le cogían de buenas, llamaba al camarero para que trajera un panecillo de leche o un cruasán y –no sin antes aplastar el cigarrillo en el cenicero- les impartía una improvisada lección magistral, con un cuchillo de postre a modo de bisturí en sus dedos de cigüeña. Sobre, por ejemplo, la técnica de diseccionar un tejido humano hasta filetearlo.

.....—Fíjense, amigos míos…, es menester que presten mucha atención —explicaba ceremonioso trinchando el sucedáneo de cadáver—, fíjense en el ángulo que debe formar el anular con el índice al empuñar el instrumento. ¡Nunca menos de treinta grados! —Y remataba, vehemente, la voz atiplada—: ¡Son estos pequeños detalles los que revelan de un vistazo al buen cirujano forense!

.....A continuación blandía el cubierto para ofrecerlo a quien quisiera imitarle y demostrar que lo había captado. Un alboroto de manos y una lluvia de «¡yo, yo!» le respondían.

.....—¡Señores alumnos, formalidad…! Hum… Veamos…, usted mismo, Atienza, proceda, proceda…

.....Y entonces se recostaba en el asiento y permitía que Atienza destrozara sañudamente el bollo. Mientras, él los miraba complacido uno a uno, como el pastor que observa a sus ovejas y calcula la lana que cada una puede dar de sí. Al cabo, solía emplazarles para una próxima lección.

.....-Caballeros —sonreía igual que un padre bondadoso, guardando el reloj de plata en el bolsillo del chaleco—, es hora de levantar la sesión. Si ustedes me prometen comportarse, el jueves continuaremos la clase aquí mismo.

.....El día que don Gervasio murió entendieron como un mal presentimiento que fuera la asistenta -recién descubierto el cuerpo sin vida-, la que cogiera el teléfono para responder a la llamada desde la cátedra de la facultad, donde un escogido grupo de ayudantes llevaba un buen rato extrañado por el retraso. Los ya doctores Darío Atienza y Carlos Luján solicitaron el honor de realizarle la autopsia y emitir el certificado de defunción antes de enterrarlo, al día siguiente, ante una nutrida concurrencia de amigos y alumnos. El testamento indicó que los cuantiosos bienes del difunto se destinarían a una fundación dedicada a investigaciones médicas

.....Nada más salir del aparcamiento Darío telefoneó desde el coche a su antiguo compañero.

.....—Hecho, Carlos.

.....—¿Cuándo lo va a tener el juez?

.....—Como muy tarde, mañana a mediodía.

.....—Estupendo. ¿Qué te parece si comemos juntos el viernes y brindamos por su recuerdo?

.....—Me parece muy buena idea. A las dos y media, donde siempre.

.....Llegado al despacho de su casa Darío releyó la copia del informe. En los términos profesionales pertinentes certificaba que, tras confrontar las muestras de ADN extraídas al cadáver de don Gervasio Fuentes Rodrigo -exhumado días atrás en presencia del juez y en la suya propia– con las del demandante, procedía descartar con el cien por cien de fiabilidad la relación paterno-filial del primero respecto al segundo.

.....Luego sacó una carpeta de fotos guardada en el fondo de su caja fuerte. Tal vez fuera un buen momento para repasarlas. Conservaba en ella las Polaroid que su colega y amigo Carlos Luján hizo en la morgue del hospital una lejana tarde cuando, entre alguna que otra lágrima, ambos realizaron la autopsia al cuerpo de su querido profesor. En alguna de las fotos correspondientes al tren inferior podía distinguirse a la perfección, bajo el poblado y canoso monte de Venus, un clítoris aún levemente sonrosado.



Rafael Borrás

jueves, 23 de agosto de 2012

Tribulaciones de una marmota hembra


TRIBULACIONES DE UNA MARMOTA HEMBRA


.....Si vives sola en un caserón decimonónico lleno de oscuridades, con el tiempo te vuelves a la vez infantil, avejentada y un poco obsesiva. Si pasas el invierno sin apenas recibir visitas, te refugias en el cubil y, como las marmotas, no asomas el morro hasta que olisqueas la llegada de la primavera. Si llevas más de veinte años divorciada, escasean las ocasiones de compartir una taza de té negro y unas pastas mirando los concursos de la tele, y un día te sorprendes contestando al aire y el siguiente riendo sin motivo, como una perfecta tarada, acabas por mantener el aparato funcionando sin descanso para invadir la casa de sonidos. Asimismo, y a falta de algo tangible, te sumerges en Internet compulsivamente, como quien lanza anzuelos al mar con la ilusión de pescar botellas con carta en el vientre. Por manías como ésta empezó todo. La culpa fue de la traidora soledad.

.....Entre las webs que añadí a «Favoritos» había una de compras que mereció mi confianza. Me dieron de alta con un código de nuevo socio, bajo el compromiso de un plazo mínimo de fidelidad para acceder a los mejores precios. Cada día entraba en mi ordenador un correo con novedades y ofertas, y a partir de entonces me propuse abastecerme con ese sistema tan cómodo, económico y, supuse, fiable.

.....Empecé por comprar una novela premiada. Para ver qué tal. «Son de mar», de Manuel Vicent. A los pocos días recibí un sobre acolchado con un libro. Pero no ése, sino «Crimen y castigo». Antes de poder devolverlo me llegó el cargo en cuenta del que yo había pedido, junto con la factura a nombre de otro socio cuyo código era muy parecido al mío. Era evidente que ahí se había generado el error. Siempre he querido leer «Crimen y castigo», aunque nunca me animé a comprarlo porque es un novelón con demasiadas páginas. Pero, claro, eso lo pensaba cuando era joven y estudiante, y no cuando languidezco aburrida en mi caserón, llevo media vida divorciada y demás etcéteras. Por no enredar la cosa me lo quedé. Como debió hacer el otro con la novela de Vicent, puesto que pasaron los días sin noticias.

.....Un impulso inclasificable me animó a mantener el equívoco, y enseguida encargué una corbata de seda y unos gemelos. No sabía si el hombre era joven o maduro, soltero o casado, ni los gustos que tenía aparte de los literarios. Me arriesgué. Poco después recibí en casa un paquete. Al abrirlo, inquieta, me di con un conjunto de fular y gorro de entretiempo en tonos granate y un par de guantes de piel, de señora. Los dos habíamos tomado posiciones.

.....Mis pedidos siguieron con un juego de roller y portaminas y una billetera. Por descontado, deseché de plano la idea de hacerle la compra de alimentación y droguería. Antes muerta. Él me compró un lápiz de memoria cargado con la mejor samba y piezas selectas de jazz y blues, unos auriculares Sony de colores vivos y un espejo-lupa de bolso con su funda. Como si estableciéramos un hilo invisible y mudo ajeno al cibernético, mi otro extremo y yo acordamos un toma y daca periódico asequible a una economía sensata. Casi siempre música, algo de ropa y complementos útiles. Su gusto, como pude comprobar pronto, era francamente distinguido sin acercarse nunca al exceso.

.....La gente puede pensar que una relación de este tipo no parece a primera vista muy satisfactoria, pero cuando yo reflexionaba sobre en base a qué ocultos resortes de su carácter él escogía los regalos, era como si me encaramara a un tejado para observarle por una claraboya. Y, ya en las alturas, fantasear sobre lo que pensaría sobre mí. Dibujarme rostros y cuerpos. Brillos. Algo rematadamente formidable.

.....Poco a poco mi hombre fue modificando sus envíos, se hicieron más personales: pulseras y collares de fantasía, adornos para el pelo, perfumes… Yo, dispuesta a no quedarme atrás, me decanté por algunos pijamas y polos bastante sexys y un kit de afeitado en húmedo, con jabón de tubo, brocha y navaja. Como los de antes. Me encantaba suponer que quería conquistarme, y me descubría sonriendo como una boba al imaginarlo ante el espejo, apurándose con parsimonia el mentón, media cara enjabonada y la toalla sujeta a la cintura de un torso bien perfilado, aún a medio secar tras la ducha.

.....Así continuamos… Así hasta que él apostó a hacer saltar la banca con un conjunto de lencería Lise Charmel.

.....Ningún tío se me ha subido jamás a las mechas y éste no iba a ser el primero. Recorrí el catálogo de ropa interior masculina y encargué media docena de tangas y camisetas manga sisa Calvin Klein. Y, de la sección erótica, un frasco de lubricante efecto calor. Luego descabellé sobre el Intro. Y cayó la bomba.

.....Con el descabello la pantalla se inundó de gris tormenta y apareció un mensaje: había vencido el periodo de prueba y éste sería mi último pedido. Rellené la solicitud de alta definitiva y me contestaron que, por seguridad, mi código de socio fijo sería diferente. Maldije como un tractorista. No me entraba en la cabeza que una historia tan romántica, tan poco convencional y al borde de su fase incendiaria pudiera abortarse por una estúpida precaución formal. Aunque, como no cabía otra, me resigné: esa misma tarde me sumergí en el letargo de las marmotas para el resto del invierno. Bien mirado, bromeé para mis adentros, quizá la vida de algunas mujeres se resuma en una sucesión de incendios y bomberos con mangueras.

.....Pero ese invierno salí del letargo antes de que llegara la primavera.

.....Una mañana de febrero llamaron a la puerta. Esperaba un estuche de manicura comprado en oferta, pero el mensajero no traía el estuche sino un mayúsculo ramo de rosas rojas. Al leer la tarjeta mis labios dibujaron una inconsciente sonrisa: su primer regalo excesivo.

.....Han pasado cuatro años, los mismos desde que se instaló. Ahora guardo en la alacena abundante té de todas clases y pastas suizas. Los tomamos sin ver la tele. Me he afiliado a Lise Charmel hasta en los camisones, y siempre que entro en el cuarto de baño le echo un reojo al estante del kit de afeitado, con jabón de tubo, brocha y navaja. Sigo comprándoselos yo, pero en una perfumería del barrio, junto con la loción que me gusta olerle mientras se anuda la corbata y se ajusta los gemelos. En la higiene de todo hombre es fundamental un detalle algo anticuado, y en la autoestima de toda mujer los detalles de los caballeros.



Rafael Borrás

Patapalo


PATAPALO


.....Le surgía por encima del calcetín al sentarse la pierna de madera de un ocre almendrado, y a él no parecía importarle que se le viera. Su nombre real era incierto, por mucho que firmara como Julio Perales. Nada raro: vaya usted a saber…, oliendo aún las calles a la pólvora de la guerra civil, ni casi nadie era quien se llamaba ni casi todos tan honrados como presumían. Vino de no se sabe bien dónde, apareció instalado en la casona de unos republicanos que escaparon mientras los nacionales aplastaban en las afueras las últimas resistencias, y pronto comenzó a ejercer de maestro en la escuela. Desde que, entre miradas escurridizas, la gente advirtió su cojera y se hizo patente la pierna ortopédica, para todos quedó ya con el mote nada original de Patapalo.

.....Se decía por el pueblo que en el pasado fue un soldado infatigable, fiel a la causa de los sublevados, y que en el frente de Teruel una granada le segó la pierna cuando a pecho descubierto se encaró con un pelotón de la milicia roja. Pero no faltó quien hiciera correr el rumor de que, en realidad, la pierna se la había llevado la hélice de una motora cuando cayó al mar en una operación de trapicheo de tabaco americano y aceite. En raras ocasiones se le veía sonreír, y ciertas noches, al terminar la jornada, se encerraba con algunos pedazos de pan negro, un poco de queso o tocino, la botella de coñac y el paquete de Ideales, en un dormitorio casi desnudo con un jergón de borra contra la pared. A la mañana siguiente entraba en la escuela exhibiendo el perfil más quebrado y la cojera recalcada, peinándose a tirones unas greñas prematuramente encanecidas, con la mirada glacial, desaseado y trémulo, como si esa noche hubiera vuelto a vivir un combate sangriento o el vértigo de la huída en una motora ilícita. Era estricto con los chavales, pero celosamente objetivo.

.....Durante el último viaje que hice para inspeccionar las condiciones sanitarias de colegios y ayuntamientos, un temporal me obligó a pernoctar en el pueblo. Por la tarde estuve revisando la escuela de Patapalo, no fuera que los chinches y las ratas hubieran engordado más que los niños. Me ofreció su casa para dormir. Acepté tras valorar mis otras posibilidades. Cuando acabamos de cenar, fue a buscar unas muletas y luego se quitó la pierna de madera con toda naturalidad. Jamás había visto tan de cerca una de esas prótesis. Intenté una charla que pudiera dar juego, e hice por interesarme en la situación social y económica de la comarca tras la guerra. Aunque funcionario del Régimen, podía permitirme, en privado y hasta cierto límite, argumentar con criterio libre. Respondió con evasivas y, en un momento dado, hasta temí que diera por zanjada la tertulia. Bebimos pródigamente.

.....Al filo de la medianoche paró de llover y salimos al patio con la copa en la mano. Nos sentamos medio adormilados. Ignoro qué impulso descabellado me hizo nombrar la pierna artificial y su origen. Pareció recuperar la vigilia en mitad del letargo alcohólico, y durante unos segundos pensé otra vez que iba a despedirse para ir a su jergón. Finalmente me dijo con voz sombría: «Si quiere saber qué me pasó no tengo inconveniente en contárselo, siempre que no me empuje a escarbar en las cóleras y agonías del sufrimiento». Y me recitó su historia sin interludios, como un aparato de sonido al que le hubieran puesto una cinta y fijado un volumen uniforme.

.....«Fui soldado de infantería en el frente de la Rioja. Mi bando, como usted comprenderá, es lo que menos importa; ninguno de los que mataron o murieron lo eligió. Un malaventurado día me quedé solo en tierra de nadie, bajo un fuego cruzado artillero, cerca de Castrojeriz. Me resguardé en un ribazo a cubierto. Cuando anocheció y cesaron los disparos, salí de mi escondrijo y anduve sin rumbo, incapaz de orientarme a oscuras en un terreno desconocido. Al alba di con una granja sin luces ni sonidos, con restos de ropa y armamento y varios cuerpos inertes alrededor. Exploré la casa y, al no encontrar a nadie, decidí alcanzar el granero bajo el tejado, desde el que mejor visión tendría y mayor capacidad de respuesta en caso de problemas. Al subir la escalera pude observar por una ventana tres ovejas y algunas gallinas en el corral de atrás.

.....En cuanto entré lo vi enseguida, resaltando contra el amarillo del heno, sentado sobre un hato de mantas y las manos aferradas al fusil que me apuntaba. Un soldado enemigo de más o menos mi edad, el pelo húmedo pegado al cráneo, las mejillas chupadas y el uniforme de campaña raído por la intemperie. Jadeaba un poco, igual que una alimaña famélica acorralada. Por un instante fui presa de la resignación de quien sabe que ha llegado su hora y no puede remediarlo; había perdido el arma larga y la pistola era ineficaz frente a un fusil amartillado. Pasaron los segundos y la descarga no llegó. El soldado me miraba con dureza, pero sus ojos no expresaban odio ni animadversión, sino un infinito cansancio, algo que linda con el estoicismo y se resiste a actuar según el instinto de supervivencia. “Quédate ahí y no te muevas”, dijo al fin. Bajó el arma lentamente y suspiró: “Creo, amigo, que será mejor que nos permitamos vivir”.

.....Durante tres días con sus noches estuvimos escondidos. Nos repartimos el poco rancho que nos quedaba y velamos uno el sueño del otro. Bajé a matar un par de gallinas y nos la comimos crudas, por no hacer fuego y revelarnos insensatamente. Sordos y ciegos a cualquier información del exterior, mal podíamos saber quiénes pasarían antes. Hubo tiempo para charlar e intercambiarnos los aconteceres previos a nuestro encuentro. Supe de su vida inmediata anterior, y de la más remota. Tenía veintitrés años y un cuerpo endeble de aspecto aniñado.

.....“Soy hijo menor de una familia numerosa y miserable de la serranía valenciana”, comenzó a narrarme sin yo pedírselo. “Una familia católica y, sobre todo, temerosa del hambre más que de Dios”. Le alargué un cigarrillo que aceptó. “A los doce años mi padre me llevó al seminario de Moncada, del que ya no salí más que para vestir este uniforme. Ingresar en la vida religiosa aseguraba instrucción laica y teológica, un techo, ropa limpia, y, ante todo, pan todos los días, lo que era dudoso que disfrutara en mi casa. En estos tiempos una boca de menos es un quebradero de cabeza menos. Hace dos años tuve la mala fortuna de que me descubrieran una noche al escapar para encontrarme con una viuda que, a cambio de unas monedas, me acogía en su cama. Cuando el verano pasado vinieron a reclutar jóvenes para la guerra, fui el primero a quien señalaron mis propios educadores”.

.....Un lejano crujir de engranajes le interrumpió. Por las rendijas del entablado vimos acercarse una columna de infantería protegida por carros de combate. Eran los míos. Creo que fue entonces cuando, por primera vez y como un fogonazo, pasó por nuestras mentes la suerte que podíamos correr. Lo más probable era que si alertábamos de nuestra presencia nos fusilaran a los dos; el uno al instante y el otro tras un consejo de guerra, por no haber matado a un enemigo al menor descuido… Ahora o nunca».

.....Patapalo detuvo su declaración como si le costara desvelar el recuerdo más doloroso.

.....«Ahora o nunca, ¿qué?», pregunté en voz baja.

.....«Ahora o nunca el futuro incierto o el insoportable presente», contestó en un susurro. La copa le temblaba en la mano. Tras una pausa de algunos segundos, prosiguió. «El soldado enclenque levantó el fusil y le descerrajó al otro un tiro entre los ojos, sin darle tiempo siquiera a protegerse vanamente con el brazo». «Pero…», balbucí, «¿entonces…?». No pude añadir más. Él sí: «Entonces utilizó otra bala para herirse en la pierna, la misma que ve ahora ausente. La única salida honrosa para no volver a empuñar un arma en toda la guerra. El resto se lo puede imaginar: cambio de uniforme y documentos, gritos hacia los que llegaban, asistencia médica deficiente, gangrena, hospital, amputación…».

.....Me había quedado inmóvil y mudo. Patapalo hizo girar el rescoldo de coñac en la copa y lo apuró antes de finalizar: «Ya le he contado, como usted quería. Sólo espero que no me humille… La denuncia me importa menos». Luego se puso de pie y, con la misma seguridad que si le sostuvieran dos piernas vivas y estuviera completamente sobrio, caminó con sus muletas hacia el interior de la casa. En la puerta se detuvo para decirme por encima del hombro: «Nunca me gustó el nombre de Julio Perales, pero ya me he acostumbrado».


Rafael Borrás

Sin más confeti del necesario


SIN MÁS CONFETI DEL NECESARIO


.....Mira por dónde, tal vez las vacas flacas nos sirvan para rebobinarnos hasta algunas lejanas noches de Año Nuevo, noches irrepetibles en blanco y negro, sin un duro, sin pavo al chilindrón, caviar de beluga ni anuncios de burbujas. Sin histéricas compras de última hora ni jolgorios etílicos. Sin más confeti que el estrictamente necesario.

.....Cuando la casa quedó en silencio después de la fiesta, noté enseguida que no iba a ser fácil coger el sueño. Acababa de cambiar de año sin cambiar siquiera de loción de afeitado. Pues vaya… Empujé la puerta del tiempo y me vinieron a la cabeza ciertas aventuras. ¿Recordaba las de aquel curso con…? ¿O aquéllas en…? Naturalmente que sí. Entonces ser joven no significaba una simple etapa que cumplir, sino practicar la oposición sin renunciar en ningún momento a cambiar el mundo. Luego vino la vida, que nos enseñó las tripas y con ello sus rebajas.

.....De entre los vinilos de los setenta apilados en la librería escogí uno de mis favoritos. Me senté abstraído en la terraza. Fue arrancar el picú y el cerebro me hizo clic: maldita sea, la voz de Ella Fitzgerald me sonaba diferente a la de aquel fin de año en la playa –guitarras, cazadoras de aviador y quevedos a lo John Lennon–, en el que nos quedamos dormidos esperando la salida del sol. Miré al cielo y fui capaz de percibir que la bóveda celeste quedaba alta y diáfana, con un ejército de estrellas capitaneado por una luna refulgente como un denario de plata. Me entraron ganas de aplaudirles; a la luna, a las estrellas y a la Fitzgerald.

.....Sospeché que, a pesar de que la Tierra y yo éramos un poco más viejos, al día siguiente todo iba a funcionar más o menos como siempre. El Universo girará sin inmutarse, y al acostarme se habrán iniciado en millones de galaxias infinitos movimientos energéticos. Por la mañana me despertaré con la esperanza de que la ventana me regale una luz de primera calidad que ahuyente los fantasmas de mis problemas. Para cuando las amas de casa invadan los mercados, en la tele y en la radio sonarán, aburridas, las peroratas de políticos que echan sal en las heridas, gasolina en el fuego y encienden hogueras donde no las había; una ínfima parte del planeta querrá adelgazar mientras la mayoría muere de hambre, y las ninfas de medidas áureas se refugiarán a la sombra de los millonarios. Nada nuevo.

.....Reconozco que vivimos tiempos difíciles, oscuros, mediocres. No tengo la menor idea de los acontecimientos por los que se nos recordará en el futuro, cuando los de ahora se hayan transformado en un minúsculo apartado de las enciclopedias. Pero no hay que preocuparse. Con un poco de suerte, cuando ya no quedemos ninguno de nosotros a este lado del telón, en algún lugar perdido de un cruce de siglos se producirá un hecho que nos dignificará. Una adolescente, seguro que muy guapa, abrirá su libro de Historia por nuestra página y depositará en ella una carta profundamente romántica aprendida de memoria, junto con dos o tres pétalos. En ese mismo instante quedará perfumada nuestra civilización y redimidas sus múltiples miserias.

.....Por mi parte, recostado en la sosegada voz de la Fitzgerald traté de recuperar algunos momentos felices de mi vida, sin otra pretensión que volver a experimentarlos, e intenté construir con ellos una barricada que nunca fuera demolida. Sé bien que es preferible no llorar por los seres queridos que se fueron, por los buenos ratos que pasaron, por las luchas que sacrifiqué a la pereza o por los placeres a los que renuncié por prudencia. Porque sé que ya no sirve de nada. En lugar de ello, levanté mi copa de vino y brindé sonriendo con la primera luna del año para que yo sepa preservar algunos de los reflejos más puros del alma humana, como ases de la baraja que lanzar sobre el tapete cuando las cosas vengan mal dadas. No debo ser exigente; bastará, por ejemplo, con seguir cultivando la fe en mis vecinos, guardar una cortés desenvoltura en el trato y cierto grado de esplendidez a la antigua, mantener unos niveles dignos de civismo y la sensibilidad puesta al día. Sólo eso.



Rafael Borrás

miércoles, 22 de agosto de 2012

La escalera de caracol


LA ESCALERA DE CARACOL


.....Saltaba de la cama una vez comprobado que mis padres roncaban y a mi hermano no lo despertaría ni un trueno bajo el colchón. Descalza, para evitar ser descubierta, y en pijama, recorría el pasillo de casa hasta la escalera de caracol. Las plantas de los pies pisaban la madera tibia, y el hormigueo que me trepaba por tobillos y muslos se contraía en un remolino inquietante a la altura de las ingles. Bajo la más absoluta oscuridad Juancho, apenas me deslizaba junto a él, tardaba muy poco en activar mis hormonas y poner en jaque mi cuerpo entero.

.....Mis padres colocaron una vistosa escalera de caracol tallada en madera de cerezo y barandilla con filigranas de forja negra para conectar las dos plantas; la de abajo con la farmacia de mi madre y la de arriba con la vivienda. También eran unos adelantados a su tiempo e instalaron un innovador sistema calefactor: la temperatura del agua que ambientaba la casa por unas tuberías bajo el suelo enmaderado se elevaba al paso de las mismas por la chimenea del salón.

.....Pero sólo eran modernos en asuntos energéticos. Cuando mi novio madrileño venía a verme, a falta de habitación tenía que dormir en un catre bajo la espiral de la citada escalera. Ni en sueños iban a permitir el mínimo roce entre los dos que escapara a su censura. A Juancho esa actitud no le preocupaba. Y a mí menos. Éramos dos críos, ahora lo veo así, y el peligro a ser descubiertos añadía un grado más de fogosidad a la pasión, ya de por sí incendiaria, de nuestros encuentros sexuales bajo la escalera.

.....Un tres de enero, y con la excusa de traernos los regalos de Navidad, Juancho apareció para pasar juntos la semana de Reyes. Y juntos la pasamos, enamorados y felices. Todavía más felices durante las noches. La del sábado iba a ser la última. Después de cenar nos dimos unas castas buenas noches en el salón y fuimos cada cual a su cama. La familia al completo habíamos disfrutado del día en la playa. Por la tarde, y mientras hubo sol, jugamos a la pelota con mi hermano y sus amigos, y luego Juancho y yo paseamos amartelados por la orilla. Me excitaba sobremanera que susurrara en mi oído el guión que tenía preparado para el catre. Como anticipo, antes de volver nos besamos entre las rocas de la escollera hasta que se nos puso la boca como un pimiento morrón.

.....La playa me agota, y en cuanto me arrebujé bajo las mantas me dormí sin desearlo. Cuando volví a abrir los ojos el despertador marcaba las tres y media. Me sobresalté. Debía darme prisa. Asomé la cabeza al pasillo. Ronquidos por aquí. Silencio por allá. Fui sigilosamente hasta la escalera y bajé en busca de un fin de fiesta por todo lo alto con Juancho.

.....Más silencio y sombras. Dentro ya de la cama, me restregué por su espalda como una gata y, pasando mi brazo alrededor de su cintura, comencé a acariciarle por dentro del slip y él enseguida a ronronear complacido. Cuando hube conseguido la consistencia suficiente, sin decir una palabra me giró con suavidad hasta colocarme boca abajo, con la mejilla hundida en la almohada. Cerré los ojos. Me recorrió arriba y abajo muslos y columna vertebral con las yemas de unos dedos diestros, con lentitud y mimo, como si fuera a ocuparle el resto de la noche. A punto de reventar yo, me penetró apoyándose sobre mis glúteos y espalda hasta alcanzar ambos al unísono un orgasmo fulminante. No recordaba si se atenía al guión que me había anticipado en la playa, pero sí recuerdo ahora que aquél fue, sin duda, uno de los mejores polvos de mi vida. Nos quedamos inmóviles un buen rato. Me acariciaba cuello y pelo con ternura y yo me sentía completamente saciada. Cuando noté que se había dormido, decidí regresar a mi dormitorio. Con sumo cuidado, anduve tanteando hasta encontrar el pasamanos de la escalera y llegué sin novedad. Fue dejar caer la cabeza en la almohada y quedarme traspuesta, agotada por las emociones y el soberano revolcón.

.....Cuando fui a la cocina a desayunar, sobre las doce, no había nadie. Supuse que mis padres lo habrían hecho a primera hora y estarían dando su habitual paseo dominical. Vino mi hermano en pijama y se sentó con su avío de café y tostadas. Cuando casi estábamos acabando, entró, vestido de calle y con gesto muy risueño, Max, uno de los amigos futboleros de mi hermano.

.....—¡Buenos días, gente!

.....­—Hola, Max.

.....Debió reparar en mi cara de extrañeza porque le salió espontáneamente una explicación de que apareciera en domingo y a esas horas.

.....—Esto… Cuando volvimos de la playa nos enredamos con los comics de tu hermano. Fíjate si se hizo tarde que acabamos por decidir que me quedara a dormir aquí. Tu madre fue la primera en animarme; llamamos a mi casa y listo.

.....Me quedé muda. Se me encendió una alarma.

.....—Listo, ya… Y, ¿dónde has dormido? —pregunté.

.....Max tragó saliva antes de contestar.

.....—En la cama plegable, bajo la escalera. No había otra…

.....Enrojecí hasta la coleta. No sé si de estupor o de vergüenza. Me salió un pito de voz desafinada cuando me encaré con mi hermano.

.....—¡Eh, tú! ¿Y Juancho? ¿Dónde está? ¿Es que ha huido?

.....—Ah, sí, sí…, Juancho… Anoche llamaron sus padres. Debían salir de viaje hoy domingo a primera hora por no se qué de un tío moribundo y Juancho tuvo que volver enseguida a Madrid para ocuparse de sus hermanas. Me pidió que te despertara para despedirse, pero cuando coges bien el sueño eres una auténtica marmota. Lo intenté; estabas tan sobada que le convencí de que era más práctico que saliera pitando cuanto antes y que telefoneara hoy para explicarte el asunto. Lo siento mogollón…; digo yo que tampoco es para tanto, tortolita, total, por un día que no lo vieras no pasa nada, ¿no?

.....Encima parecía divertido. Encima… Miró a su querido amiguete de fútbol.

.....—¡Fue una suerte!, ¿verdad? Así Max tuvo un sitio cómodo para dormir. ¡Perfecto!

.....Mientras hablaba mi hermano, Max buscaba una taza en la alacena como quien hurga en una pirámide. No se atrevía a mirarme a la cara. Efectivamente, chica, me dije, según opinión generalizada parece que las cosas han salido redondas para todo el mundo; tal vez excepto para el tío agonizante.

.....Después de bastantes años sin saber nada de él, por razones profesionales que no vienen al caso, esta semana he necesitado localizar por teléfono a Max. Tras suministrarme muy amable la información que me interesaba, abordó un territorio en el que no me apetecía lo más mínimo entrar, pero que ya a mi edad me pareció una chiquillería eludir. Anduvo, más o menos, por estos derroteros:

.....—No sé si te acuerdas de aquella noche que tú y yo…, que…

.....—Me acuerdo, Max.

.....—Me alegro de que te acuerdes.

.....—Continúa.

.....Y continuó. Un monólogo de casi media hora. Me juró muy solemne que, aunque por su corazón y su cama habían pasado un largo catálogo de novias, dos esposas y alguna amante esporádica, ninguna se había siquiera aproximado al patrón sobresaliente de mujer que yo signifiqué para él. Creo que hasta se le escapó algún puchero.

.....Me despedí de Max con muchos cariños y otros paños calientes.

.....Los hombres, cuando se lo proponen, no aprueban una reválida ni copiando.



Rafael Borrás