domingo, 26 de agosto de 2012

Desde el velador

DESDE EL VELADOR


.....Desde el velador, la copa de coñac a mano y el cigarrillo entre los dedos, contemplo la marea líquida que, más allá del ventanal, ennegrece los edificios y los zambulle en una atmósfera cenicienta preñada de agua. Ráfagas de lluvia inmisericorde y cascarrinada. Los transeúntes parecen haber huido a hibernar de forma precipitada y la existencia urbana se ha ralentizado. Bajo la rácana iluminación del local me he sentado frente a la vidriera y me dispongo a esperar que escampe. ¿Algo mejor que sacar mi libro y disfrutar? Una novela seductora de principio a fin; la compré en edición de bolsillo, viaja en mi cartera y aprovecho la mínima ocasión para retomarla.

.....El paraguas en el paragüero junto a la puerta, la gabardina en la percha, mi pelo húmedo alisado a mano. Me siento cómodo en un vetusto café de barrio, con un camarero taciturno que, al acomodarme, se acercó a preguntar qué iba a ser; pues será un expreso con un poco de coñac…, pero no, mire, mejor un coñac doble bautizado con café… muy cargado y caliente… ¿entiende?; y el camarero que por supuesto, enseguida se lo preparo, y que vaya tarde, señor; y yo que desde luego, qué tarde de perros y qué diluvio, como para quedarse en casa…

.....A mitad de camino estalló un aguacero rotundo y ruidoso. A estas horas del atardecer una tormenta deja desierta la ciudad y las calles repelen por inhóspitas y destempladas. Convenía ponerse bajo techo y aguardar.

.....Ah, sí, la novela. Veamos. Un empresario soltero y setentón, una madura secretaria personal que lleva toda la vida colgada de él, amante en tiempos y luego eterna confidente, porque según el jefe «el amor es eterno mientras dura», y que lo mismo le consigue flores para sus conquistas que coronas para sus difuntos o apartamentos para sus citas o píldoras para la próstata o Viagra. Y otro personaje, un ahijado del empresario, que con sólo ocho años es el ojito derecho de su padrino.

.....Leo que hoy la secretaria trabaja en la oficina hasta muy tarde. A última hora entra un correo electrónico. Es del banco, comunica formalmente que, como consecuencia de la larga caída de ventas que hace inviables los créditos, se ha convocado concurso de acreedores contra la empresa. ¡La quiebra! Algo barruntaba ella, pero ahora ya es una certeza. Y el jefe… ¿Cómo y cuándo decírselo? Desde la ventana lo ha visto alejarse paseando por la acera calle abajo.

.....La mujer, angustiada, mira al cielo como esperando un milagro. Cae una tarde plomiza, brumosa, gélida. De pronto un relámpago. Y otro más cercano. Y otro más, unas gotas como guijarros puntiagudos, un repiqueteo en las marquesinas y, al momento, un rayo cerca y un chispazo en la calle. Y la oscuridad total: la tormenta se cierne furibunda, próxima, y se va la luz. Revuelve cajones de la mesa del empresario en busca de una linterna y la descubre allá en el fondo. La enciende y advierte que una carpeta ha quedado a la vista, sobre la mesita auxiliar donde deja la cartera; fina, desconocida, con una etiqueta de “Notaría”. No reprime su curiosidad y la abre; guarda una carta del notario con el borrador de últimas voluntades. Habrá olvidado llevársela.

.....Lee atolondradamente bajo el cilindro de luz amarillenta. Segundo sobresalto de la tarde. Su jefe deja escrito que, a su fallecimiento, el jugosísimo patrimonio personal vaya en depósito a su albacea hasta que el ahijado, su único heredero, sea mayor de edad. Ni un céntimo para ella.

.....Sabe que ante una quiebra no caben despidos sustanciosos. Cuatro duros y a la calle. O sólo la calle. A punto de jubilarse y sin posibilidad de heredar nada, le restan quizá décadas de malvivir en un magma de ocaso y privaciones. ¡Después de casi cuarenta años de fidelidad perruna, de entrega absoluta en precario! ¿Es tal miseria lo que merece? Una limosna en el testamento de él hubiera bastado para proveerle de una vejez digna.

.....Lo saca de otro cajón y va al bolsillo de su chaqueta.

.....Devoro una página tras otra, concentrado, sin tregua. Advierto a la perfección la amargura de la secretaria y comprendo su truculenta audacia. La historia me tiene ganada la voluntad, paralizado entre sus párrafos. Me apasiona. Enciendo otro cigarrillo.

.....Abducida por la idea de ajustar cuentas, la mujer baja a la calle con lo puesto y toma la avenida hacia el sur; sabe que él ha ido en busca del placer mercenario, como cada viernes de cada semana. No puede haber llegado lejos. En mi febril imaginación la veo correr como si la tuviera delante, la sigo en su carrera a trompicones igual que una demente poseída por el fatalismo más insensato. Y el odio corroyéndola, y la sangre hirviendo. ¿Su ahijado? ¡Já! ¡Dejaría preñada a alguna de sus putas y le habrá invadido el remordimiento!

.....Las gotas desperdigadas se han convertido ya en un diluvio. Trota por el bulevar desierto con un torrente entre los pies bajando por la calzada. La mano crispada en el bolsillo. Un luminoso en el lateral de la plaza, un café y la posibilidad de una pausa para respirar a cubierto. No lleva impermeable, está empapada, casi exánime. Una vez protegida bajo el toldo se asoma al local como en un reflejo; silencio, una barra con tapas, veladores dispersos y vacíos, sólo un camarero dormitando. No, alguien más. Lo ve allí, sentado frente al ventanal… ¡Es él! Está leyendo y no mira hacia la entrada. ¡Está de suerte!

.....Se acerca sigilosamente, saca el revólver, apunta detrás de la oreja y aprieta el gatillo. El coñac se derrama sobre el velador. El cigarrillo cae al suelo.

.....Todo se me ha vuelto negro.



Rafael Borrás

viernes, 24 de agosto de 2012

Bodas de plata


BODAS DE PLATA


.....Desplegó la carta para leerla por enésima vez. «Convocatoria Bodas de Plata. XLVII Promoción Facultad de Económicas. Universidad Complutense. 1981-1986». Un folio apergaminado y, entre espirales y arabescos, la fecha de un fin de semana del verano en ciernes, las señas de un conocido hotel y una parrafada retórica apelando a los resortes más trillados de la nostalgia.

.....Veinticinco años. Los términos de aquella invitación le habrían parecido trasnochados en la época cuyo aniversario se celebraba, pero a estas alturas de su vida debía reconocer que habían estado a punto de conmoverla. Sobre los recuerdos que iban amontonándose se impusieron ciertas imprecisas emociones, bullentes, y percibió que volvían a inundarse algunos cauces secos en el paisaje desértico de su memoria. El timbre del teléfono la sobresaltó.

.....—Enhorabuena, querida.

.....—Gracias, Néstor. Tendrías que ver mi nuevo despacho. Inmenso.

.....—Lo veré, descuida. Y no te olvides, esta noche toca ópera.

.....—Salgo del banco a las siete. Hay tiempo.

.....—Ángela tiene violín. La llevaré a las cinco. ¿Podrás recogerla a las siete y media?

.....—OK. A las siete y media.

.....Colgó el auricular. Con la espalda relajada contra el sillón giratorio dibujó una circunferencia completa con los pies, los ojos cerrados, las piernas estiradas, tensando cada gemelo hasta la base del tacón de aguja. Todavía faltaba un rato para la reunión con los directores provinciales, de los que conocía en persona a pocos. Dedicó los siguientes minutos a repasar su aspecto.

.....Ya en el salón de actos se acomodó tras la mesa de la tarima y lo barrió de un vistazo. Dio un respingo. Estaba en la segunda fila. Ignacio. Él. Demasiadas batallas libradas para que Carmen dejara trascender el menor atisbo de nervios. Ordenada y precisa, expuso el programa de crecimiento internacional de la entidad partiendo de una actualización de la plantilla. “Actualización”, un eufemismo que todos captaron.

.....El encuentro acabó con un tentempié. Lo vio aproximarse.

.....Felicidades, señora importante. ─Se abalanzó para darle un par de besos en las mejillas, sin mucha desenvoltura.

.....—Hola, Nacho. ─Carmen sintió un escalofrío similar al que le provocaba la brisa marina de madrugada. Por dentro.

.....—Ya te he oído que los prefieres jóvenes. ¿Me vas a jubilar?

.....Si hubiera que jubilarte a ti nos iríamos los dos. Recuerda que soy una semana mayor que tú ─le respondió sin dejar de mirarlo, valorativa.

.....─Por mi parte eso quedará eternamente entre tú y yo.

.....A Carmen el pelo se le había resbalado cubriéndole media cara; lo apartó con los dedos para llevarse el vino a los labios. Después de beber un sorbo se quedó con la copa en alto. La pausa fue calculada, perfecta. Disfrutaba del momento.

.....─Más te vale ─le advirtió riéndose.

.....─ ¿Secreto de confesión?

.....─Podríamos considerarlo así ─dijo ella. Volvió la vista a la sala. Suspirando añadió─: hemos de ir con los demás.

.....─Me da vértigo tanta gente.

.....El jueves siguiente Nacho la esperó en el vestíbulo de un restaurante. En esta ocasión no inmerso entre un centenar de personas, ni vestido de traje azul y corbata, sino solo, con una cazadora de piel fina y tejanos algo desgastados. Enjuto de planta, con su extraña y seductora fragilidad en la forma de moverse. Aspecto limpio, cálido, de una masculinidad equilibrada. El pelo canoso peinado a raya. Los labios definidos. El perfil de aventurero y ese punto melancólico en los ojos color café. Guapo como un pecado, resumió para sí Carmen. Al saludarla, Ignacio Carrión, el dueño del carnet mil doscientos dos del Partido Comunista, el indómito bolchevique, la tomó inseguro por los hombros para contemplarla antes de sonreír, en un ademán que acaso pretendía suprimir la feroz distancia de la juventud.

.....Ella se colgó de su brazo, pegada a él, obligándole a conducirla dócilmente hasta la mesa que mostraba el camarero. Las confidencias llegaron con los cafés.

.....─Lo último que supe de ti fue que te habías marchado al extranjero con una beca. Necesito que me cuentes todo de tu vida, todo… ─pidió Carmen con la mejor sonrisa del mundo.

.....─ ¿Todo? Entonces concédeme un segundo para organizarme. Empieza tú.

.....─Como quieras. Un matrimonio, con Néstor, ¿lo recuerdas? ─, él asintió con fingido desdén, poniendo boca de asco─ y dos hijos; Jaime, veinte años, y Ángela, dieciséis. ¿Y tú?

.....—Sólo un divorcio, de quince años de edad. Sin hijos. Los comunistas sólo sabemos ser leales a Lenin y a los licores duros.

.....─Guardar fidelidad en la riqueza y en la pobreza a dos elementos tan contundentes es de campeones.

.....─No te burles. La fidelidad de la que hablas es el estado de gracia al que un hombre sólo llega cuando ya no llega; seguro que me entiendes. Y, aparte de procrear y ganar dinero, ¿a qué más te dedicaste durante tanto tiempo?

.....Antes de responder Carmen lo observó quedamente, luego alargó el brazo para rozar con las yemas de los dedos las sienes de él, en un gesto espontáneo y delicado. ─Ahora tienes el pelo gris… ─musitó. Enseguida pareció despertar de un ensimismamiento y contestó con fluidez ─ ¿Que qué he hecho? Ah, sí. Vivir. ¿Qué más puede interesar? Ambos tenemos cuarenta y ocho años, yo con veinte de servicios a la especulación, y aún nos queda cuerda para rato. Desde este mes soy consejera delegada de uno de los grandes. Mando mucho.

.....—Me consta.

.....—Pues bien, biografía terminada. Te toca a ti.

.....—Después de la facultad, beca y pinitos en la banca. Me casé, recién fichado por una filial para trabajarles el mercado británico. Mi mujer era funcionaria y se quedó esperando un traslado. Una separación provisional que concluyó en divorcio. Mi banco acabó siendo devorado por un depredador insaciable, tu banco. Enviaron a la City cachorros frescos, con más pelo y menos escrúpulos, y me propusieron envejecer en la patria. Una sucursal de provincias era un puesto mezquino, pero no pude escoger. Fin.

.....─ ¿Algún dato más…, reciente?

.....─Ninguno digno de mención. Bueno, sí; este invierno he aprendido a preparar cócteles exclusivos que bautizo con nombres de mis héroes de tebeos. Una afición secreta que sólo revelo si hay mucha confianza.

.....-¿Y el Partido? No llevas nada rojo…

.....—Una romántica historia de amor que terminó cuando Carrillo se hizo amigo de Fraga. Guardo el carnet en una caja de zapatos.

.....─ ¿No hay otras historias? De cualquier clase…

.....─No. ─Hablaba con mucha calma, en tono objetivo. Ella lo estudiaba con sabiduría de mujer.

.....—Sé reconocer la ropa cara. Vistes mejor que cuando la barba de fraile y el zurrón de pastor. Tardaste en caer del guindo político.

.....—Considéralo el uniforme para reencontrarme con antiguas novias. Puestos a comparar, le das cien vueltas a aquella Carmen de poncho y melena lacia. Tardábamos en enterarnos de casi todo; menos yo de que estaba enamorado de ti: diez minutos. Y, fíjate, salimos juntos los tres primeros cursos y lo más indecoroso que hicimos fue magrearnos como chimpancés. Sexualmente, un par de reclutas.

.....—Ascendiste rápido. Toda la clase acabó por enterarse de que, durante el primer verano sin mí, una alemana casada te había hecho hombre las primeras diez veces en una sola noche. Impresionante récord…

.....—Jugué de farol.

.....─ ¿En serio? Entonces… ¿Qué pasó?

.....─Nada de nada. ─El rostro de Nacho se vació de toda expresión ─. Debería haber aprendido a escoger a las personas que quería herir con más cuidado incluso que las que quise amar. Pero, ya que hablamos de casados…, tu marido es mucho mayor que tú. ¿Qué viste en él? En la secretaría de la facultad, cuando recogimos la última papeleta de la carrera, aquellos dos gloriosos aprobados rasos, me dijiste que os ibais a casar lo antes posible. ¿Quisiste hacerme un original regalo de licenciatura?

.....Ella alzó una mano con la palma hacía él, como dándole el alto.

.....—Néstor era amigo de mi familia. Me lo presentaron en bandeja con una manzana en la boca de muchos millones. Las chicas de entonces veíamos el futuro con el filtro de nuestros padres. Es un hombre inteligente, con instinto para los negocios. Supongo que me casé enamorada. Dejémoslo en que estamos empatados a aciertos y errores.

.....—Y ahora, ¿qué?

.....—Un lago tranquilo. Él cumple su parte y yo la mía. Sin molestarnos. Sin solaparnos.

.....Tras un breve silencio, Carmen puso la servilleta doblada sobre la mesa y apartó con discreción la vela que ardía entre ambos. Adelantando el cuerpo para aproximar los rostros se lo soltó a bocajarro, con una suavidad perturbadora en cada palabra y un brasero en cada pupila.

.....—No me creo que tú no estés con alguna mujer.

.....Luego se recostó en la silla y, con un movimiento medido, introdujo la mano en el escote y extrajo una tarjeta de crédito apresada entre la piel morena y el tirante del sujetador. Nacho asistía al lance sin mover un músculo. Ella le hizo una señal al camarero.

.....—Según con quién me cite es el escondite más seguro. —Y ante la oposición de su acompañante intervino resuelta—: Ni hablar. Nos lo merecemos. A esta comida invita el banco, nuestro querido banco, compañero. Luego bajó la voz hasta convertirla en un murmullo y, sin perder la sonrisa le preguntó─: ¿Verdad que has recibido también una invitación? ¿A que sí?

.....─Por supuesto ─confirmó él. Y, como si llevara el día entero esperando a decírselo, apostilló─, pero si tú no vas, tampoco pienso ir yo.

.....Después de aquel almuerzo hubo llamadas telefónicas entre ambos que ella ocultó a su entorno. Conversaciones en un lenguaje cercano, sin la menor referencia a oportunidades perdidas o asignaturas pendientes.

.....La noche de la fiesta Carmen se entretuvo en acicalarse y en escoger el atuendo con el esmero de una novia primeriza. Apareció por el salón sobre unos tacones que hacían oscilar al unísono la melena suelta y la falda de un vestido de lino, ajustado a su silueta hasta el inicio de la cadera. Entre abrazos y aspavientos surgieron antiguos compañeros en los que trató de reconocer facciones juveniles bajo rostros avejentados, papadas y calvicies ostentosas o disimuladas. Habían preparado el encuentro a la manera tradicional: credenciales con la foto de estudiantes, flores para ellas, canciones inmortales, augurio de sorpresas durante el baile…

.....Cuando estaban llamándoles para pasar al comedor, y ante su ausencia, se atrevió a preguntar a una compañera, de las del comité de la fiesta.

.....─ ¿No ha venido Ignacio?

.....─ ¿Quién?

.....—Ignacio… Nacho Carrión.

.....La otra la miró perpleja.

.....—Creí que habíais seguido en contacto.

.....—No. ¿Por qué?

.....—Ya veo que no lo sabes. Nacho Carrión murió. Hace nueve años.

.....─ ¿Cómo dices…? ¿Muerto?

.....—En un accidente de tráfico, cerca de Londres. Trabajaba allí.

.....Un bullicio de guitarras y panderetas les hizo girar la cabeza hacia la puerta. Llegaba la tuna. Nadie notó que Carmen se tambaleaba ligeramente cuando iba hacia su sitio.

.....El lunes, tras teclear la contraseña en el ordenador de su despacho, y mientras esperaba a que arrancara, Carmen paseó con desgana hasta el ventanal y miró abajo, a la calle. Se percibía el habitual estrépito amortiguado del tráfico en una ciudad que comienza a agitarse desde sus tripas. Regresó para sentarse ante la pantalla. Fue entonces cuando se fijó. El mensaje del protector que serpenteaba arriba y abajo había cambiado. Ya no decía «Una hora perdida es un tesoro malgastado», sino «Estabas irresistible con aquel vestido. Nacho».



Rafael Borrás

Misterio galénico


MISTERIO GALÉNICO


.....En cuanto hubo aliviado el urgente requerimiento de la próstata, don Atilano Rocamora se aprestó a comenzar la jornada del lunes. Puntual, como cada mañana: a las nueve y quince minutos. Escogió una llave enganchada en la leontina que colgaba de unos tirantes combados por la barriga obispal. Con ella le dio cuatro vueltas al cerrojo de la puerta.

.....Cuando encendió la luz, el desconcierto le puso los ojos como huevos de paloma.

.....—Pero…, pero… ¿Qué es esto…? ¡Por todos los demonios del infierno!

.....En la pared, su bisabuelo, el primer Atilano Rocamora, le miraba serenamente desde un óleo en el que, con bata blanca, monóculo y pajarita, apoyaba la mano en su reconocida obra «Influencia del botánico malagueño Ibn al-Baytar en el desarrollo de la Galénica moderna. Formulario y principios activos». Sin embargo, el motivo del asombro de su biznieto no era que el cuadro estuviera algo escorado en la pared, sino el paisaje de desorden que se extendía por suelo y bancadas. Matraces, pipetas y embudos desparramados aquí y allá. En la pila, erlenmeyers con restos de líquidos coloreados. Las puertas de la nevera y la estufa entreabiertas; polvos, papel de filtro, legajos de recetarios dispersos hoja a hoja, liberados de balduques. Unos intrusos se habían atrevido a violar el laboratorio de formulación magistral de la farmacia con más solera de la ciudad.

.....Con el sobresalto a don Atilano se le escurrió la botella de brandy que llevaba en una bolsa, y el licor se extendió rápidamente por toda la rebotica como una alfombra etílica que perfumó la atmósfera en segundos.

..... - ¿Líquidos de colores? ¿Qué clase de líquidos? —El comisario Eugenio Pernales le interrogaba de pie, las manos en los bolsillos.

.....—En los recipientes, en la pila, Eugenio, pegajosos… Los olí: zumos de naranja, de plátano…, y apestaban a alcohol. Han arrasado la nevera, se han comido la fruta, bebido los licores…, —don Atilano elevaba el tono de voz, al borde del gimoteo— han arrasado los estantes, han…, han…, —titubeaba— vertido el agua destilada, los disolventes… ¡Sinvergüenzas! ¡Vándalos! ¡Cafres!—Enfebrecido, prorrumpió en una letanía de maldiciones, alguna fuera de lugar en un farmacéutico de su reconocida compostura.

.....—Tranquilízate, Ati. Y dices que tú…, ¿tomas licores allí? —relajado, el veterano policía contuvo un gesto de incredulidad socarrona por debajo del mostacho.

.....- Con moderación, sí… Las guardias son muy largas. Un culín de coñac o de orujo con el café, alguna dosis de jerez como bajativo de la cena, el anís con agua para los gases… Los guardo en un armario.

.....—Ya, ya. Entiendo. —Continuó—: Y, otra cosa, ¿qué hay de tu personal? ¿Confías en ellos? Porque, según cuentas, ni rastro de violencia en los accesos, no te falta nada —ahora paseaba por el despacho dándole vueltas entre los dedos a un bolígrafo con propaganda de una empresa de pompas fúnebres—. Sorprendente, ¿no te parece?

.....—Bueno, faltar, faltar…, me falta fruta de la nevera. Y licores. Han roto algún albarelo.

.....—Me parece, Ati, que no estás al día, que pasas demasiado tiempo encerrado entre tus potingues. Escucha las noticias y entérate de las calamidades que suceden por el mundo.

.....— ¿Entonces? ¿Qué hacemos, Eugenio?

.....—Mira, tengo la comisaría hasta el techo con asuntos de fuste: asesinatos, drogas, tráficos ilegales, reyertas entre auténticos salvajes. Entenderás que, por muy amigos que seamos, no puedo mandar a mis muchachos para que investiguen un revoltijo en el interior de una farmacia, cuando no ha habido ni sangre, ni grandes daños, y ni siquiera se han llevado algo de cierto valor. Y, ¿sabes lo que pienso?

.....—Dímelo, por favor. Lo que sea.

.....—Pues que alguien que conoce tus horarios se ha corrido una juerguecilla a tu costa. Se ha bebido tu coñac, y, de paso, ha aprovechado el alcohol del laboratorio para fabricarse combinados de fruta y agarrar una buena curda. La borrachera obnubila el entendimiento, como sabes; lo de tirar cacharros y ensuciar el escenario forma parte del sarao. Hazme caso, empieza por revisar a tu gente y luego hablamos.

.....Don Atilano salió de la comisaría hondamente acongojado. Circunspecto en sus cavilaciones. Eugenio tenía razón; debía investigar primero dentro de casa. Nada más regresar a la farmacia sentó enfrente a Bernardo, su mancebo de confianza. Le miró a los ojos para intentar descubrir la insidia de una mentira.

.....—Yo le juro a usted, don Atilano…

.....—No hace falta que me jures —le interrumpió, severo—; cuéntame la verdad y seré comprensivo. Sólo tú sabes donde está escondida la única copia de la llave del laboratorio.

.....No había ninguna mentira que descubrir. Bernardo aportó una coartada redonda. Que había pasado el fin de semana en el pueblo con la familia, que esta mañana salió de su domicilio a las ocho cuarenta para abrir la botica a las nueve en punto, que don Atilano no tenía más que telefonear a casa de Bernardo y que su mujer se lo confirmaría todo.

.....Trabajaban también en la farmacia dos mancebos muy jóvenes, con mayor disposición, supuso el boticario, para convertirse en hipotéticos gamberros. Los interrogatorios tuvieron en esencia el mismo resultado. Nulo. «Ante todo prudencia, Ati», le había advertido el comisario, «no acuses a un empleado sin pruebas sólidas. Los sindicatos se te echarían encima. Denuncias, el juzgado, te verías metido en un buen follón…». Don Atilano tuvo que zamparse ración doble de ansiolíticos; no estaba habituado a semejantes contingencias.

.....La placidez de los objetos en el entorno de su laboratorio, ya reordenado con pulcritud, le devolvió en parte el sosiego; los quehaceres cotidianos interpusieron en su mente una sólida barrera al recuerdo de pasadas perturbaciones. No le dio más vueltas al asunto, incluso por encima de la idea, que llegó a rumiar durante sus horas de insomnio, de que aquel lance insólito acaso pudiera tener un origen inescrutable, ajeno a lo natural, como un prodigio. Pese a ello, era evidente que el suceso había inaugurado una nueva etapa en su flemático subconsciente, una en la que las píldoras trataban de compensar más mal que bien recelos y miedos.

.....A partir de entonces extremó sus cautelas. Puso un cerrojo nuevo y metió la copia de la llave dentro de una caja vacía de aspirinas, en el altillo furtivo y casi inaccesible de un archivador. No le dijo nada de esto a Bernardo. Vigilaba todo y a todos. Le dio por levantarse más temprano y adelantar su llegada a la farmacia, antes de que lo hicieran sus empleados y se abriera al público. Aprovechaba ese rato para estudiar nuevas fórmulas con sustancias de nombres enrevesados.

.....Como había marcado el nivel del líquido en las botellas, al poco pudo comprobar con sumo disgusto que seguía disminuyendo debido a bocas extrañas. También echó a faltar alguna pieza de fruta, y volaba el alcohol de las garrafas. No había duda: continuaban montándose a sus espaldas discretas francachelas nocturnas. Así que un buen día hizo instalar una caja fuerte en un rincón de la rebotica y en ella guardó, bajo un sistema de apertura sofisticado, los licores y el alcohol a granel; se le había acabado el chollo a quienquiera que se atrevía a robarle delante de sus narices.

.....Para su sorpresa, al entrar la mañana siguiente en la farmacia aún desierta, se topó con los rateros metidos en faena.

.....Antes de llegar al mostrador descubrió el fulgor amarillento proyectándose desde el quicio de la puerta del laboratorio. Hizo acopio de arrojo y, dispuesto a acabar de una vez por todas con el problema, alargó la mano para armarse con la barra de hierro ganchuda con la que elevaban la persiana. Avanzó, despacio. Al aproximarse, pudo escuchar el sonido de unas leves pisadas en el interior. Un segundo antes de meter la llave en la cerradura, se hizo la oscuridad total por entre las rendijas. El temblequeo incontrolable que le recorría de los tirantes para abajo hacía ondear la pernera del pantalón. Le costó acertar con la llave, luego una suave presión a la hoja de la puerta, la suficiente para asomar la cabeza mientras mantenía prieto en el puño cerrado el gancho de la persiana. Cuando su cuello estirado llegó a la altura del umbral, alguien le sujetó firme por las solapas y, antes de permitirle reaccionar, le arreó una bofetada brutal que le hizo tambalearse, y que le hubiera hecho caer de espaldas de no haber conseguido apoyarse en una estantería.

.....Al penetrar en el laboratorio, aturdido pero rabioso, lo encontró todo en orden, como lo había dejado la tarde anterior. Sus ojos quedaron paralizados en el cuadro del bisabuelo, el único objeto que llamaba la atención: torcido y columpiándose levemente. Observó algo raro. Hubiera jurado por todos los muertos de la familia que el pintor lo había retratado apoyando en su famosa obra científica la mano derecha. Ahora, en cambio, el conspicuo boticario le miraba con la mano izquierda sobre el lomo del libro, mientras que la derecha, abierta por completo, reposaba sobre el faldón de la bata, como descansando. También era palmario que la sempiterna bondad de su mirada había virado hacia una dureza gélida que se añadía al gesto reprobatorio, al ceño fruncido, al enfado en la curvatura de los labios.

..... A don Atilano le quedó por un largo tiempo, y pese a las pomadas, la huella carmesí de una mano con cinco dedos largos marcada en la mejilla; mejilla que desde entonces le escuece, sin una razón orgánica, cada vez que se fija en el retrato del bisabuelo Rocamora.



Rafael Borrás